Sin autocrítica, el avismo

PASO 2023

Sin autocrítica, el avismo

Son infinitos los análisis que emergen tras la inesperada victoria del candidato de la extrema derecha liberal en las PASO. Estas líneas intentan poner la lupa, más que en los resultados que podrían generar sus propuestas de gobierno, en las responsabilidades de todo el sistema político. ¿Cómo llegamos hasta acá?

Texto: Luciano Peralta

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Ilustración: Diego Abu Arab

“Hacer el triángulo: Milei-rico-facho y cerrarlo es no hacerte cargo de que perdiste base en los barrios, de que perdiste base de juventud. Creo que hay dos errores que fueron claves en el desenamoramiento: el primero es la ineficiencia de muchos de los gobiernos populares que llegan al poder entonando las estrofas para combatir al capital y se pasan cuatro años a los besos con los banqueros, con los laboratorios, con los supermercados y sin hacer una Ley de Medios que ya tienen escrita, porque no tienen voluntad política. Eso desenamora. Y lo otro que desenamora es intentar domesticarlos (a los jóvenes), este mundo de mierda lo hicimos nosotros, los adultos, entonces me parece que estamos muy lejos de poder impartir algún tipo de receta. Hay que escuchar más y no hay que domesticar”, dice el comunicador Nacho Levi, referente de La Garganta Poderosa, tres meses antes de las PASO del 13 de agosto. Y sigue: “Hay que habilitar, que pasen, no hay que decirles que si critican a un gobierno popular que está dormido eso es el juego a la derecha; el juego a la derecha es gobernar como quiere la derecha por si viene la derecha”.

El recorte de esta entrevista nos invita a reflexionar sobre uno de los ejes que se presentan como cruciales para entender por qué estamos como estamos: la falta de autocrítica. Hace varios años que la política con Mayúscula (no me refiero a las intendencias de pueblo, claramente) ha dejado de hablar de los problemas concretos de la gente, o al menos de las mayorías. Y eso se traduce en la agenda mediática hegemónica, que educa todos los días en los tipos de dólares existentes en el país y en las razones de sus variaciones a las mayorías fuertemente empobrecidas, que no tienen dólares porque no tienen siquiera pesos para sobrevivir a una economía que les aplasta el ánimo todos los días un poquito más.

Los espejitos de colores y las soluciones mágicas (como bajar la inflación de la noche a la mañana) ofrecidas por Mauricio Macri y su espacio político se estrellaron contra una realidad mucho más compleja, mucho más crítica y mucho más preocupante que la que vendieron en los sets de TV a una sociedad deseosa de cambios, tras 12 años de kirchnerismo. El resultado fue la destrucción de miles de pymes, la pérdida exponencial de empleo, una inflación récord y una deuda ilegal e impagable (la mayor de la historia del FMI) que nos condenó a más pobreza, más desocupación y a la instalación de un clima social cada vez más tenso.

Expliquen como las expliquen, esas fotos sintetizan lo que Javier Milei bautizó la casta política: mientras imponía a toda la sociedad aislamiento estricto, el Presidente, en privado y con invitados, celebraba el cumpleaños de su esposa

¿Hubo alguna autocrítica? No. La pesada herencia sirvió de excusa para justificar una mala gestión de gobierno. La culpa es de ellos, sin autocrítica. Y si la hubo fue por la negativa, por no “ir a fondo”, con las recetas “antipopulistas”.

La llegada del binomio Fernández-Fernández fue esperanza en la angustia, pero duró los tres meses que antecedieron a la pandemia. El creciente malestar, generado por el encierro de capas sociales cada vez más empobrecidas y sin la posibilidad de salir a ganarse el mango, llegó a su punto más álgido con las imágenes del cumpleaños de Fabiola Yáñez, la esposa del presidente, junto a una docena de personas, entre las que estaba su marido, celebrando sonrientemente en la Quinta de Olivos.

Expliquen como las expliquen, esas fotos sintetizan lo que Javier Milei bautizó la casta política: mientras imponía a toda la sociedad aislamiento estricto, el Presidente, en privado y con invitados, celebraba el cumpleaños de su esposa y hasta se daba la licencia de posar para la foto, con la impunidad que da el poder y la falta de inteligencia de un hombre que llegó donde llegó, no por clamor popular sino por ser parte de una fórmula presidencial que logró el consenso suficiente para ganarle al macrismo en 2019.

¿Hubo autocrítica? Sí, tardía, tibia e insuficiente, características que marcaron los tres años de gestión que siguieron. El acuerdo con el FMI trajo consigo una situación de extrema gravedad: la renuncia de Máximo Kirchner a su banca y a la jefatura de bloque en la Cámara de Diputados del otrora Frente de Todos, acompañada por la renuncia de un puñado de funcionarios kirchneristas. Lo que generó un vacío de poder y una grave crisis interna.

La sociedad veía por los medios de comunicación la sanguínea pelea entre los integrantes del gobierno que dos años antes había elegido como destinatario de sus esperanzas. Las grandes corporaciones mediáticas, siempre bien predispuestas a hacer valer su cuota de poder, exhibían las justificaciones de uno y de otro lado del sistema político, que no por aceptables son suficientes: la herencia de una deuda impagable sin el hambre de las mayorías y la pérdida de derechos esenciales, por un lado; y un gobierno que, sea por la pandemia, por la sequía o por las propias inconsistencias de una alianza que sirvió para ganar una elección pero que fracasó en el gobierno, fueron los argumentos que mostraron el peronismo, por un lado, y el antiperonismo, por otro.

EL MIEDO A ESTAR PEOR Y LA RUPTURA DEL BINARISMO

Sin autocrítica, los argumentos de las dos grandes expresiones del sistema político se centraron en el miedo a estar peor: el miedo a volver al kirchnerismo (“corrupto”, “populista”, “generador de pobres”) o el miedo a volver al macrismo (“corrupto”, “cipayo”, “generador de pobres”).

La lógica dominante, en la política y en la sociedad politizada, fue la de explicar el presente como consecuencia de un pasado en el que las decisiones fueron tomadas por otros: la pesada herencia, por un lado, y la deuda externa, por el otro, son ejemplos de esta lógica.

Esta idea de no contarnos las costillas entre los propios para no darle ventajas al enemigo político (que es malo, porque nosotros somos los buenos) se mantuvo hasta la crisis interna a cielo abierto que inauguró la pandemia y profundizó el acuerdo con el FMI. Tendencia que, del otro lado de la polarización, fue adoptada por la oposición y tensionada a límites insospechados durante la campaña interna camino a las PASO.

El domingo 13, el votante llegó al cuarto oscuro con la opción de presidenciables dividida en tres: dos de las cuales ya gobernaron, dos de las cuales asumen que sus gestiones no fueron buenas (en el mejor de los casos), pero sin autocrítica, depositando todas las responsabilidades en su adversario principal

Pero los resultados de las elecciones primarias hicieron estallar por el aire estas y otras muchas lógicas dominantes. La victoria de Javier Milei -un excéntrico economista, totalmente desconocido hace un par de años- ante las dos coaliciones más importantes de la política argentina nos deja una infinidad de escenarios y causas para analizar. En este sentido, creo que la falta de autocrítica es uno de los puntos cruciales para tratar de entender por qué pasó lo que pasó.

Y no hablo solamente de la autocrítica de la dirigencia, aunque la considero la más importante por su efecto hacia el resto de la sociedad, hablo también de la autocrítica de cada una, de cada uno de nosotros (aspecto que merece una nota aparte). Porque, así configurado el escenario, el domingo 13, el votante llegó al cuarto oscuro con la opción de presidenciables dividida en tres: dos de las cuales ya gobernaron, dos de las cuales asumen que sus gestiones no fueron buenas (en el mejor de los casos), pero sin autocrítica, depositando todas las responsabilidades en su adversario principal. Es decir: no te puedo dar las soluciones que demandas porque antes hubo un gobierno tan malo que nos dejó fuera del mundo o nos dejó tierra arrasada. La culpa es de los otros, que son los malos, siempre.

Esa lógica binaria de ellos y nosotros, de malos y buenos, es de la que se sirvió el radical discurso anti sistema de Javier Milei, que sostiene que son todos igual de malos, porque son “la casta política” que ya fracasó. Construyendo desde ese lugar enunciativo un nosotros nuevo, un nosotros que tiene una significativa ventaja sobre sus contrincantes: nunca fracasó, porque nunca gobernó.

Ese fue el escenario en el que empezamos a desandar el camino hacia el partido por los puntos, el que vale, el camino hacia las elecciones generales de octubre. Es cierto que en el medio pasó, y pasa todos los días, de todo. Es cierto, también, que a una semana de una elección presidencial no hay demasiado margen para la reflexión.

Pero, si una verdadera autocrítica, sin una revisión profunda de la política y de los factores de poder en general, los escenarios, que hasta hace nada parecían distópicos y disparatados, podrían convertirse en realidad. Una realidad inimaginable, tanto como los resultados del 13 de agosto.