Modo casta

DIOS LOS CRÍA

Modo casta

La imagen todavía no existe, por eso la ilustración de Diego Abu Arab. Pero el cuadro es el mismo: el trío Milei-Macri-Bullrich conforman la foto que, por un lado, hizo implosionar a Juntos por el Cambio y, por otro, busca llegar con chances al ballotage del 19 de noviembre. El fin del discurso anti casta.

Texto: Luciano Peralta

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Ilustración Diego Abu Arab

La inesperada remontada del peronismo el domingo pasado fue una trompada a la mandíbula que dejó grogui a sus competidores: Javier Milei (LLA) y Patricia Bullrich (JxC). Ya en su discurso, tras conocidas las tendencias irreversibles de las urnas, el libertario elogió los triunfos de Jorge Macri (CABA) y Rogelio Frigerio (Entre Ríos), en lo que fue el primero de muchos manotazos de ahogado que tiraría en la semana.

Por su parte, Juntos por el Cambio inmortalizaba una postal de derrota que probablemente no se vuelva a repetir en años. Su candidata fue la gran perdedora de las Generales, las caras arriba del escenario no mostraban otra cosa.

En contraste, el candidato de la remontada se volvía poner el traje de presidente, ese que anhela hace más de diez años y, con un discurso medido y sin espuma, dijo lo que la gran mayoría de los argentinos necesita escuchar de un mandatario: habló de políticas de estado, volvió sobre la necesidad de acuerdos y de gobierno de unidad, y se diferenció de su rival del 19 de noviembre al remarcar la importancia de la educación y la salud pública. Su familia y la de su candidato a vice completaron la postal. Todo un profesional.

Esa misma noche, el León se convirtió en gatito mimoso. Tenía razón, no más, Mirian Bregman, y los mimos no tuvieron como único destinatario al electorado de Juntos por el Cambio y a su candidata, a quien le ofreció públicamente el Ministerio de Seguridad, cuando dos días antes la había tratado de “montonera tira bombas”. Javier Gerardo fue por todo: en otra de las erráticas entrevistas que protagonizó el lunes negro elogió el rol de “las personas de izquierda” (otrora “zurdos de mierda”) y se mostró dispuesto a integrarlas a su gobierno en el caso de ser presidente.

Horas más tarde, en un acto de indignidad difícil de dimensionar, de esos que sólo genera la ambición desmedida de poder, Patricia Bullrich leyó con dificultad evidente y cara de velorio, la carta que anunciaba lo, a esta altura, esperable: Junto a su jefe político, Mauricio Macri, acompañarían la candidatura de Javier Milei para “derrotar al kirchnerismo”. El mismo slogan en el que sostuvo su errática campaña. Un slogan que habla más del 2015 que de la realidad de hoy.

La noticia, como era de esperarse, hizo estallar por el aire a la coalición opositora fundada en 2015 en el Teatro Gualeguaychú. Con semejante desplante por parte del ex presidente, fundador y accionista mayoritario del espacio, Juntos por el Cambio dejó de existir. O al menos eso parece.

En las últimas horas, Macri ganó el centro de la escena con un guion que pareció escrito en la Casa Rosada y en una entrevista periodística atacó a los propios, exhibió las mismas limitaciones intelectuales y retóricas de siempre y hasta dijo, sin ponerse colorado (supongo porque no lo vi) que se había aliado a Milei porque su hija Antonia se lo había pedido. Más cínico no se consigue.

El respaldo MM, a quien el libertario había acusado de “socialista” (extraña caracterización) no hizo más que comprobar la farsa: Milei dilapidó su mayor capital político, el de ser “anti-casta”. Ese que construyó sobre un discurso que ubicaba a todo el arco político, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, en el lugar del pasado que él y su retórica libertaria venían a dejar atrás.

“Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”, sostuvo durante sus semanas de gloria para marcar la diferencia que tantos buenos resultados le había dado hasta ahora. Pero el lunes se convirtió en uno más de esos que llama los mismos de siempre. Aturdido por la derrota y con la necesidad de llegar competitivo al ballotage, el libertario activó el modo casta. Pero no le sale, se le nota. Quiere mostrarse abierto, tolerante y convocante, pero se enoja y muestra su intolerancia a la primera de cambio.

Mientras tanto, su armado se desarma y su capital político se pierde como agua entre los dedos. Todavía falta mucho, en tres semanas puede pasar cualquier cosa, pero, tras la llegada del capitán del PRO, el barco libertario empieza a hundirse. ¿Milei desactivará el modo casta y hará volar todo por el aire para morir en la suya o se recostará en el potente antiperonismo que caracteriza a buena parte de la sociedad argentina para así llegar con chances al ballotage?

La segunda opción parecería la más lógica. Pero, lamentablemente, esto dejó de tener lógica alguna hace un buen tiempo.