SIEMPRE A MERCED

ESO QUE LLAMAN AMOR ES TRABAJO NO PAGO

SIEMPRE A MERCED

Más de la mitad de las políticas públicas vinculadas al reconocimiento de las tareas de cuidado en vigencia en diciembre de 2023 fueron desmanteladas o están en riesgo. Una vez más: ¿qué es el cuidado? La palabra de cuatro mujeres entrerrianas que dedican su vida a este tipo de tereas.

Texto: Agustina Díaz

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Fotografía: Joaquín García

En La Mala nos propusimos utilizar como insumo para el análisis de la actualidad económica y social los datos aportados por el programa “La Cocina de los Cuidados” del CELS. Su primer informe en el mes de abril resultó demoledor, ya que evidenció que más de la mitad de las políticas públicas vinculadas al reconocimiento de las tareas de cuidado en vigencia en diciembre de 2023 fueron desmanteladas o están en riesgo. A esto se suma la posible eliminación de las moratorias previsionales (si efectivamente se aprueba la Ley Bases en el Senado), que impedirá que nueve de cada diez mujeres se jubilen en Argentina.

Todo esto indica que las mujeres constituyen el grupo poblacional más precarizado y que las innumerables tareas de cuidado que desarrollan no son reconocidas económicamente. Para ponerle voz y rostro a esta realidad, entrevistamos a mujeres entrerrianas que nos ayudan a reflexionar al respecto.

Las madres cuidadoras de Gualeguaychú

Olga Isola hace grandes esfuerzos para contarnos sintéticamente los treinta años de trabajo de Madres Cuidadoras en el barrio Eva Perón de Gualeguaychú. Fue en 1994, cuando el desempleo golpeó duro a los hogares argentinos, que un grupo de mujeres se dispuso a hacer lo indispensable.

Trescientas cuarenta y ocho familias inauguraban un nuevo barrio con la ilusión que despierta cumplir el sueño de la casa propia, pero con las dificultades de sobrellevar las crisis neoliberales que siempre afectan primero a los más humildes.

Olga y las Madres Cuidadoras en la marcha del 24 de Marzo de 2016 en la costanera de Gualeguaychú (foto: Luciano Peralta)

“Mi pareja esta depresiva porque se quedó sin trabajo así que ahora soy yo la que tengo que salir a buscarlo”, era la frase que más escuchaba Olga en aquellos primeros años de la década del 90’.  Pero en la medida que las mujeres salieron a buscar trabajo, las infancias quedaban solas, al cuidado de otras infancias con todos los peligros que esto representa. “Uno de los nenes del barrio se quemó con un calentador y ese fue uno de los grandes indicadores que nos hizo movilizar”, recuerda Olga con voz aún sensible por aquel hecho.

“Fue ahí que el Municipio nos financió una capacitación con la Fundación de Organizaciones Comunitarias, viajamos a Buenos Aires y conocimos guarderías de madres cuidadoras conformadas por mujeres que se capacitaban para cuidar a los niños y niñas de su barrio”, recordó.

«En la medida que las mujeres salieron a buscar trabajo, las infancias quedaban solas, al cuidado de otras infancias con todos los peligros que esto representa«

Dos años más tarde, el 1 de abril de 1996, Madres Cuidadoras abrió las puertas de la guardería en un galpón mientras las madres se iban capacitando para realizar correctamente la difícil tarea no sólo de cuidar sus niños, sino la de cuidar las infancias del barrio.

“Fuimos descubriendo que podíamos resolver las necesidad comunitarias, del territorio. El proceso es largo, hoy el lugar es nuestro y lo fuimos transformando. A medida que fue pasando el tiempo íbamos detectando otras necesidades y fuimos sumando apoyo escolar, juegos, talleres de género, de diversidad”.

En medio de sus innumerables anécdotas y experiencias de gestión en todos estos años de trabajo, Olga no se olvida de mencionar un gran número de programas y proyectos estatales que permitieron a Madres Cuidadoras crecer, expandirse, profesionalizarse y adaptarse a nuevas exigencias. Sin lugar a dudas, el compromiso comunitario, la solidaridad y la vocación por el trabajo colectivo son elementos imprescindibles para el desarrollo del barrio, pero también lo es la decisión política de fortalecer esas construcciones, proveerlas de herramientas y recursos que lo hagan sostenible.

En un contexto de crisis, recesión económica y achicamiento del Estado, las mujeres de Madres Cuidadoras siguen ahí, llevando adelante esa tarea realmente impostergable: el cuidado de la vida y los derechos elementales de las infancias.    

Cuidar en las antiguas tierras de los troperos

En el barrio Pueblo Nuevo latió el alma obrera del frigorífico Gualeguaychú. Por décadas, las familias trabajadoras gozaron de importantes beneficios, buenos salarios y una identidad que las orgullecía. Pero el frigorífico cerró después de una prolongada agonía hacia fines de la década de 1980, en el marco de un contexto de una crisis económica y social imposible de olvidar para los pobladores de aquel barrio.

Como homenaje a esa historia, en honor a los trabajadores del frigorífico y a los troperos que recorrieron sus calles, Emilce Jara puso por nombre “Los Troperitos” al merendero que funciona en su casa desde hace cinco años.

Al mirar su propia historia, Emilce recuerda a su infancia como una etapa robada de su vida, donde sólo hubo maltrato. Desde esa memoria elije construir con esfuerzos inimaginables un espacio de apoyo escolar, fútbol y meriendas donde hoy asisten 84 gurises y gurisas de entre 2 a 18 años.

“Lucho para cobijar la niñez, para guiarlos por un buen camino, sin que recurran a las drogas”, nos dice esta mujer de 38 años que alterna su labor comunitaria con su trabajo de empleada doméstica por hora. “Los chicos esperan el día de apoyo, práctica o de la comida y no les puedo fallar. Me comprometí a ser un lugar donde la gurisada venga y encuentre las puertas abiertas, esperándolos”.

“Lucho para cobijar la niñez, para guiarlos por un buen camino, sin que recurran a las drogas”

En el país de la producción de millones de toneladas de alimentos, la comida falta en las mesas de los hogares. Una realidad dolorosa de largo tiempo, pronunciada en los últimos meses. Emilce relata: “soy testigo de lo que pasa en el barrio y de las necesidades de comida que hay, algo tan básico pero que escasea en las familias que laburan. La mayoría alquilan, como yo, tienen que pagar los servicios, la vestimenta, los útiles y ver cómo se estira la plata que queda para comer”.

La falta de comida se transforma en el mayor desafío que tiene Los Troperitos, espacio solidario que sólo cuenta con la asistencia estatal de la Tarjeta Nutrir, un programa municipal que ni siquiera alcanza para garantizar las meriendas.

“Tenemos muchos proyectos, pero cero acompañamiento, los que colaboran son las mamás y los vecinos que tienen ganas de ser partícipes». Y allí están las voluntarias de apoyo escolar y las mamás cocineras, inventando estrategias para torcerle el brazo al frío y a la injusticia.

La revolución de las hijas, la deconstrucción de los mandatos y el amor por el deporte

El primero de abril del 2017 la vida de Andrea Lescano cambió para siempre. Su hija, Micaela García, había desaparecido y una semana después se confirmó su femicidio. El caso conmovió a toda la sociedad porque reveló incontables fallas por parte del Estado y porque la “Negra”, como apodaban a Micaela, era una militante política, social y feminista que denunciaba las violencias y desigualdades que sufren las mujeres.

Hasta entonces Andrea estaba alejada del mundo de las reivindicaciones feministas, pero Micaela se las planteaba con increíble capacidad práctica. “Mica siempre me insistía que fuera a jugar al vóley y que no me preocupe por dejar todo listo al cien por ciento, me decía que pensara más en mí», cuenta Andrea a La Mala.

Ella es licenciada en higiene y seguridad industrial. Como muchas mujeres, pudo culminar sus estudios, retomar su pasión por el deporte y volver a salir con sus amigas cuando Mica y sus tres hermanos ya habían pasado las primeras etapas de la infancia.

“Volver a todas esas cosas me requirió un extra, ver cómo nos acomodábamos en la casa. A mis actividades le sumaba toda una organización logística antes de irme. Dormía muy poco, llegué a  estar muy estresada, estaba pasada de cansancio y de sentir que todas las cosas estaban sobre mis hombros, incluso me llegué a desmayar en un banco”, recuerda Andrea como quien rememora una verdadera Odisea.

A fines de 2018 se sancionó la Ley Micaela, que establece la capacitación obligatoria en perspectiva de género para los tres poderes del Estado. Andrea, que ya había creado y presidía la Fundación Micaela García La Negra, comenzó a viajar por todo el país promoviendo las adhesiones provinciales a la ley que lleva el nombre de su hija. En simultáneo, estudió sin parar para convertirse en la mejor replicadora de la Ley Micaela.

Con cada curso y cada taller su mirada feminista se fue agudizando, comenzó a tener más herramientas para entender lo que les pasa a las mujeres, a las mamás, como ella. “Las tareas de cuidados no nos dan tiempo para el desarrollo personal, profesional, entonces tenemos menos posibilidades de trabajo. Además, es algo que nos han transmitido de generación en generación. Incluso si no te lo dicen desde afuera, te autoboicoteas, nosotras mismas nos vamos imponiendo que las tareas son nuestras, no nos permitimos despegar para que esas actividades recaigan en el resto de la familia o nuestras parejas”, identifica, al tiempo que comparte un posteo de Facebook de 2012 en donde contaba todo lo que había trabajado en su casa para ir a jugar al vóley con sus amigas.

Post de FaceBook

“El vóley en mi vida siempre ha sido un escape, un cable a tierra. El deporte y la costura son mis pilares. Es el lugar donde me permito gritar, no cuidar lo que digo y hago. Sólo jugar, ver qué hacen mis compañeras, estar en equipo, divertirme, estar en la cancha, para mí es un gran despeje, una gran liberación. Cuando no estoy jugando me apichono bastante, pero trato de poder estar en el vóley de alguna manera”, cuenta la mamá de la Negra, referente de resiliencia y presidenta de la Fundación que lidera capacitaciones en género en todo el país.

Andrea en uno de sus paseos, de vacaciones de los cuidados familiares muchas veces “autoimpuestos” (foto brindada por Andrea)

Como quien siempre cuida de los suyos, Andrea ya no sólo transita las canchas para intentar pasar la pelota blanca a través de la red y anotar un punto para su equipo. Hoy está dando capacitaciones en género para entrenadores y entrenadoras de vóley, para que lo que pasó con Mica no se repita y para que las mujeres, como ella, puedan vivir en una sociedad mejor.

Gambetas para esquivar las desigualdades

“Ya cociné, ya limpié, ya dejé aprontados a los gurises”, le dicen algunas jugadoras a Julia Morales, una indiscutible referencia del fútbol femenino en Gualeguaychú.

Nacida en un potrero hace una década atrás, la disciplina hoy cuenta con 18 equipos. Cada fin de semana más de trescientas mujeres de los más variados barrios se disponen a olvidar todos sus problemas por un rato y perseguir el objetivo del gol. “Muchas me dicen que el fútbol es como una terapia, un rato sólo para ellas. Y, además, para los gurisas más jóvenes es una forma de salir de la joda o las cosas que no están bien”, dice Julia.

Cuando ella comenzó a jugar, en su adolescencia, el fútbol era casi imposible para las mujeres. “Antes no existía mucho el fútbol femenino, pero nosotras éramos guerreras igual. Unión y Sudamérica eran los únicos dos equipos en los que participábamos. El fútbol en mi vida es todo, nací detrás de una pelota. Es mi cable a tierra, es lo que me ha sacado adelante siempre, yo entro a la cancha y me transformo”.

Julia se forma para la foto, en uno de los tantos equipos que ha conformado en su vida (foto brindada por Julia)

En los pueblos, las reposeras, las canastas de mimbre con mate y galletas y los gurises correteando por afuera de las líneas que delimitan la cancha siempre fueron el paisaje que acompañó al fútbol amateur. Eran las esposas, las novias o las madres quienes aprontaban las familias para acompañar la pasión futbolera de los suyos. El ritual sigue ocurriendo cada fin de semana, pero, gracias al trabajo silencioso, paciente y sostenido de mujeres como Julia y sus compañeras, lo que antes parecía impensado, hoy es una realidad .

Son los esposos, los novios y los padres los que hoy llevan a las infancias a la cancha para alentar a las muchachas. “Por suerte acá la actividad es muy acompañada porque es muy familiar. Vienen los maridos con los chicos mientras las mujeres están jugando. Es un ambiente muy lindo”, relata Julia, orgullosa.


Decenas de miles de mujeres en nuestro país resignan cada día la realización de actividades que desean o requieren porque sobre ellas recaen las responsabilidades del cuidado de otros. Son esas tareas cotidianas, imprescindibles y rutinarias que nadie aplaude y mucho menos paga.

Si bajo el slogan “no hay plata” el Estado se retira, la economía se achica, la educación se degrada y el salario se retrae, la carga laboral se multiplica para sostener las condiciones mínimas de existencia.

Los aplausos y las felicitaciones a la heroicidad de las mujeres solidarias y fuertes, que se enfrentan a todas las vicisitudes y vencen obstáculos, no puede ser en detrimento del reconocimiento y la asistencia económica a la labor que realizan y que sostienen, literalmente, los fundamentos de la vida de otras personas. 


Si querés acercarte o colaborar con estos espacios, te compartimos los datos de contacto:

Madres Cuidadoras (Gualeguayhú)

Alias: Madrescuidadorasgchu

Teléfono: 03446- 15670075

Merendero: Los Troperitos(Gualeguayhú)

Dirección: Los Troperos 1080 (se pueden acercar donaciones de alimentos, ropa, juguetes y útiles escolares)

Alias: merendero.troperitos

Teléfono: 03446-15581120

Fundación Micaela García La Negra (Concepción del Uruguay)

Dirección: Escuela de Ingenieros 165

Teléfono: 03442-15624402

Liga Femenina de Fútbol Amateur (Gualeguaychú)

Teléfono: 03446-15521276


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