EL #8M Y LA PEDAGOGÍA DE LA CRUELDAD

EL ODIO COMO DISCURSO OFICIAL

EL #8M Y LA PEDAGOGÍA DE LA CRUELDAD

La politóloga Agustina Díaz escribe sobre la “pedagogía de la crueldad” que, desde lo más alto del poder político, se ha convertido en discurso oficial. “El feminismo cobrará fuerza en la medida que inste a una contra-pedagogía de la crueldad individualizante, es decir, en la medida que podamos ser una postura ética sostenida en la solidaridad con el dolor, el abandono y los miedos ajenos”, dice.

Hace algunos años, la antropóloga Rita Segato, cita obligada para estos días, habló de las “pedagogías de la crueldad” para referirse a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. Desarrolló esa idea para explicar los femicidios, las violaciones, la explotación de mujeres y todo ese escenario de violencia extrema que recorre el mundo.

Pero, la pedagogía de la crueldad, explicó Segato, no sólo se encarna en esas prácticas siniestras que parecen estar protagonizadas por seres excepcionalmente violentos y desvirtuados, sino que, además, se manifiesta en distintos planos de la vida social donde, de diversas maneras, se legitima, justifica, ridiculiza, naturaliza o invisibiliza al dolor.

Dice la antropóloga: “la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisista y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros”.

¿Qué nos pasa como sociedad con el sufrimiento de las demás personas con las que convivimos, ya sea en la proximidad o la distancia? ¿Qué nos pasa con quienes sufren las pesadas cargas de una pobreza estructural que no se ha resuelto (sino empeorado) por largos años? ¿Qué postura adoptamos frente a quien sufre algún modo de discriminación o violencia?

“La apatía al dolor ajeno es el reflejo del sálvese quien pueda, es el recurso de supervivencia de quienes se sienten solos y traicionados por un sistema que habló de justicia y derechos, pero no pudo garantizarlos”

En este último tiempo asistimos, con cierto pavor primero, con un rápido acostumbramiento después, a la proliferación de las lógicas de la pedagogía de la crueldad convertidas en discurso oficial de la mano de la reivindicación de una libertad abstracta, individual y condicionada.

Las burlas, las acusaciones infundadas, las persecuciones, la relativización del dolor ajeno y la apatía forman parte de la comunicación oficial del Jefe de Estado y su gabinete. Un meme que utilizó Inteligencia Artificial para darle rasgos de Síndrome de Down a un gobernador con el fin de ridiculizarlo fue celebrado por el Presidente de la Nación que, días después, no asistió a un niño que se desmayó a sus espaldas mientras hacía una chiste sobre lo que provoca mencionar a los “zurditos”.

Estos episodios forman parte de una caterva de situaciones que se producen cotidianamente desde el gobierno pero que, tristemente, se acompañan por hechos similares en las bases de nuestra convivencia social. Así fue como vimos a un grupo de jóvenes celebrar y burlarse por los despidos en la Agencia TELAM frente al llanto de trabajadores y trabajadoras que se quedaron sin el sustento para sus familias.

Así fue como leímos comentarios celebratorios por la muerte de un joven de 21 años que se calcinó mientras intentaba robar cables de alta tensión. Así es como perdimos la capacidad de indignarnos frente al padecimiento de pacientes oncológicos que no están recibiendo sus medicamentos por recortes en el gasto público y tantas otras inequidades que hacen de este mundo, de nuestro país, de nuestra ciudad, un lugar espantoso.

Y, por supuesto, en todo este contexto, las burlas y el descrédito a las causas del feminismo y nuestras reivindicaciones se han convertido en moneda corriente. Los insultos y amenazas se multiplican en las redes sociales, de la mano de las acusaciones gubernamentales y la complacencia de grandes medios. Vale la pena recordar lo que sucedió cuando el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que se “prohibía en toda la administración pública nacional el lenguaje inclusivo y todo lo referente a perspectiva de género”  bajo el argumento de que esto formaba parte del “negociado de la política”, poniendo un halo de sospecha sobre las cientos de personas que cotidianamente trabajan en la temática, muchas de manera voluntaria y ad honorem, entre las que se encuentran las propias familias de las víctimas de violencia de género. 

Hay algunas voces que justifican el ascenso de estos discursos como una especie de “revanchismo” después de algunos años donde el discurso oficial propugnó por tomar como gesto de corrección política algunas de las consignas del feminismo. Por supuesto, sabemos que no es así y que la historia nos muestra las marchas y contramarchas en los procesos sociales. Siempre frente a los avances de derechos han aparecido con fuerza sectores dispuestos a defender el statu quo de la desigualdad.

Pero, en este contexto,se vuelve válida la pregunta, y quizás vital, acerca de qué pasó con nuestras consignas cuando ingresaron a lo que se denomina“discurso oficial”. No está de más aclarar que la lucha por un rol activo del Estado en la promoción de derechos y por políticas públicas activas siempre será parte de las demandas del feminismo, que es un objetivo político y que debe integrar el programa de cualquier fuerza política que tenga una pretensión de representación popular. Pero, no es menos cierto que la autonomía de nuestras consignas es fundamental para seguir golpeando conciencias y tumbando barreras. El carácter contestatario de la lucha no puede perderse ni licuarse con la conquista de los espacios institucionales que, muchas veces, nos obligan a flexibilizarnos o justificar lo que no se ha hecho aún.

“Cuando nos encontremos celebrando el dolor, la caída o la tristeza de alguien más, tenemos que preguntarnos qué hemos hecho y qué han hecho de nosotros y nosotras. La crueldad (física, material o simbólica) degrada al humillador no al humillado”

Pensemos en pleno contexto macrista, con la destrucción de parte del aparato productivo y el histórico endeudamiento externo, el feminismo fue de las pocas voces convocantes y multitudinarias que aparecieron en las calles mostrando malestar y propuestas. Fueron las marchas de mujeres, con la marea verde, y los organismos de Derechos Humanos los que denunciaron lo que estaba pasando mientras que, por otro lado, algunas centrales obreras mantenían un silencio cómplice frente a la dilapidación del salario y el aumento de los despidos. Esa fuerza transgresora, crítica y consistente fue imprescindible para el rápido cierre de un ciclo político olvidable que, en 2023, se reabrió con proyecciones aún más devastadoras.

Cuando la pedagogía de la crueldad impera, como ahora, nos quiere acorralar hacia la individuación defensiva de nuestras vidas y derechos.Debemos romper conscientemente con esto, ser gregarias y tener la mayor apertura posible para vincular nuestras consignas a las de una sociedad atomizada, sin representación, dolida y desesperanzada. La apatía al dolor ajeno es el reflejo del sálvese quien pueda, es el recurso de supervivencia dequienes se sienten solos y traicionados por un sistema que habló de justicia y derechos, pero no pudo garantizarlos. Y ahí prenden, como prende la madera seca de un árbol de expectativas frustradas, los discursos odiosos que construyen un vago enemigo llamado “casta”, “planeros” o “zurditos” de manera indistinta.

Más que nunca el feminismo cobrará fuerza en la medida que inste a una contra-pedagogía de la crueldad individualizante, es decir, en la medida que podamos ser una postura ética sostenida en la solidaridad con el dolor, el abandono y los miedos ajenos.Tenemos experiencia en eso. Si hay algo que nos enseñaron los miles de talleres que en estos años hemos dictado sobre perspectiva de género, anclados en la pedagogía de la educación popular (y feminista), es que el entendimiento sincero y la proximidad en el sufrimiento, las imposibilidades, las frustraciones, el padecimiento de la discriminación y la violencia tienen un poderoso poder aglutinante y constructivo.

Todos estos años, ante el público más antipático o el aula más reticente, frente a un taller de Ley Micaela o de perspectiva de género, usábamos propuestas pedagógicas y buenas excusas que permitían hablar de otras formas de discriminación y violencia. Allí hombres y mujeres contaban sobre sus infancias, el bullying, las burlas sobre sus cuerpos, el maltrato que alguna vez recibieron por su procedencia social, por una característica física, por una discapacidad, por una condición social (nivel educativo, situación familiar), por el color de su piel, por rasgos fenotípicos indígenas o afrodescendientes, por ser migrante o hijo de inmigrantes, entre tantas otras razones. A partir del reconocimiento, de darle lugar a esas vivencias y testimonios dolorosos, vergonzantes y abusivos es que podíamos ir mechando cuestiones vinculadas a la discriminación y la violencia por motivos de género.

Hacíamos un camino inverso y maravilloso: encontrarnos en las vivencias de la vulnerabilidad humana para desde allí pensar en los motivos sociales y políticos que las provocan. Ningún taller de perspectiva de género fue exitoso por recitar de memoria los textos de cabecera de una biblioteca feminista o por optar por el señalamiento moralista. Los encuentros fueron constructivos en tanto, humanamente, personas distintas pudieron empatizar con el dolor ajeno (y propio) y entender las razones sociales estructurantes que naturalizan formas de discriminación y violencia de género y todas las demás.

La insensibilidad ante el dolor es antinatural, es aprendida a fuerza de discursos que validan el desprecio a la vida y a la dignidad del otro. Cuando nos encontremos celebrando el dolor, la caída o la tristeza de alguien más, tenemos que preguntarnos qué hemos hecho y qué han hecho de nosotros y nosotras. La crueldad (física, material o simbólica) degrada al humillador no al humillado.

En estos tiempos, la contra-pedagogía de la crueldad tendrá que ser nuestra elección como postura ética, una propuesta política que nos mantenga activas y un salvoconducto hasta que logremos superar esta etapa donde parece imperar el sinsentido de la insensibilidad.