LABURANTES DE LA DANZA: ENTRE EL TALENTO Y LAS DIFICULTADES

ARTE GUALEGUAYCHUENSE

LABURANTES DE LA DANZA: ENTRE EL TALENTO Y LAS DIFICULTADES

El 29 de abril se celebró el Día de la Danza. Conmovedoras imágenes recorrieron las redes sociales de cuerpos capaces de ser músicas y sentimientos. Dos días mas tarde se conmemoró el Día del Trabajador y la Trabajadora para recordar las luchas obreras que forjaron los derechos que hasta el día de hoy defendemos. En esta edición, la palabra laburantes de la danza de nuestra ciudad.

Texto: Agustina Díaz

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Ilustración: Diego Abu Arab

Se dice que Gualeguaychú es la ciudad de los poetas y de eso no hay duda. Tenemos artistas capaces de contar historias y pintar paisajes con sus versos y otros capaces de recrearlos con el movimiento de sus cuerpos. Tienen distintas trayectorias, gustos, sueños y proyecciones, pero se unen en el amor por su profesión y en la determinación de haber elegido la danza como trabajo.

Lo clásico nunca pasa de moda

Natalia Miño Raffo tiene 41 años, baila desde los 3, cuando su abuela la llevó por primera vez a un salón. Hace más de una década tiene su propia academia, donde la danza clásica ocupa un lugar central.

Cuando le preguntamos sobre el porqué de esta elección ella explica: “en mi vida el estudio de la danza clásica ha sido disciplina, nos enseña a expresarnos verbal y corporalmente ante diferentes situaciones, a tener autocontrol, cosas que una luego lleva a otros ámbitos».

En el salón de su academia, siempre lleno de vida, dedica incontables horas no sólo a corregir pasos sino, además, a escuchar los miedos y los problemas de sus niñas y adolescentes, para quienes es una referente. Pero no todo ha sido sencillo, muchas veces la decisión de dedicarse a la danza la ha enfrentado a vicisitudes: “lo más difícil de vivir de la danza es que nunca se termina de valorar el esfuerzo y el tiempo invertido en nuestra carrera. Es una inversión continua, la vida se pasa estudiando y bailando. Algunos tenemos la suerte de vivir de esto, pero reconozco que lamentablemente no todos tienen esa suerte a pesar de su talento o dedicación”.

Algunos tenemos la suerte de vivir de esto, pero reconozco que lamentablemente no todos tienen esa suerte a pesar de su talento o dedicación

Con un recorrido distinto, Virginia Silio también abrazó al género de los empeines estirados. Ella es Intérprete en Danza Clásica y Contemporánea, egresada de la Escuela superior de Danzas “Aída Victoria Mastrazzi”. Comenzó allí sus estudios a los 28 años, después de pasar por la UBA para estudiar diseño de indumentaria y haber incursionado en otras carreras.

«Desde chica bailé, pero a los 28 años decidí entrar a la escuela. Antes había tomado clases particulares con profesoras que me marcaron muchísimo y me hicieron ver el profesionalismo de la danza, la dedicación, la metodología, la preparación que hay detrás de una clase que, en ese momento, yo veía como un hobby o pasatiempo», dice.

Al preguntarle por los prejuicios en torno a la danza, Vicky reflexiona: «por suerte, muchas cosas han cambiado, pero en la danza clásica partía de un modelo de belleza canónico, con cuerpos jóvenes, largos, flacos e hiper laxos, que hacía que mucha gente se sienta afuera. Hoy las cosas han cambiado un poco y es lo que me acercó más a la danza contemporánea donde se ve una mayor diversidad”.

Una anécdota es muy ilustrativa de esto: «una de las docentes que más quise me contó que había dejado la danza a los 30 años antes de que el cuerpo la deje a ella. A mí eso me impactó mucho porque a esa edad yo recién estaba comenzando y estaba pensando en mi futuro. Hay un prejuicio sobre la edad que es falso y que se ha ido rompiendo, aunque aún falta”.

Al grito de un sapucay y al ritmo del 2×4

Desde el mundo del folclore estilizado, Gustavo Peretti también nos ayuda a pensar en los prejuicios y las etiquetas que deben vencerse para que prime el arte y la libertad. Él comenzó a bailar a los 18 años porque sintió la necesidad de hacerlo a partir de ver a amigos suyos disfrutar de la danza: «Empecé a bailar de grande y desde entonces no deje de hacerlo porque siento una libertad plena, sin dudas soy yo en mi máxima expresión».

Como muchos varones, al arrimarse al mundo de la danza tuvo que dejar de lado prejuicios, estereotipos y miradas negativas acerca de su pasión. «Como varón es un gran desafío porque lamentablemente en la comunidad del folclore se encuentra bastante homofobia y si uno se aleja de lo estrictamente tradicional te tildan de esto o aquello. Para mí, un bailarín es un bailarín y no importa ni su condición sexual, si es alto, bajo, gordo, flaco, si se maquilla o no… Siempre tuve claro lo que soy y lo que hago, y los prejuicios me tienen sin cuidado», afirma Gustavo, quien, junto con Cielo Pereyra, fundó “Cadencia”, un espacio que busca conectar las danzas nativas con el presente, con el amor por lo propio y con la libertad.

Para mí un bailarín es un bailarín y no importa ni su condición sexual, ni si es alto, bajo, gordo, flaco, si se maquilla o no

Cielo es nutricionista, baila desde que tiene uso de razón, pero en su adolescencia se conectó para siempre con el folclore. Ella insiste en el valor de las danzas nativas y en lo importante que sería que estén más presentes en la educación formal e informal.

“El folclore nos da identidad, nos da fortaleza para arraigarnos, es muy importante conocer nuestros orígenes, conocer nuestra historia como país, la conformación de nuestra patria, conocer nuestra cultura folclórica en la danza, música, creencias y costumbres”, sostiene, convencida.

Con ese amor por la cultura popular argentina, Cielo ensaya, da clases, sigue aprendiendo (ahora incursionando en el Malambo Sureño), prepara presentaciones y coreografías, viaja a competencias y organiza peñas. Y, entre tanta cosa, también, desea que en la ciudad “algún día se pueda tomar a la danza con el profesionalismo que se merece, por la dedicación, el tiempo y el aprendizaje que representa, que se lo valore, que se pueda tener una remuneración justa y que se generen más espacios de difusión”

Por las pistas de la danza popular también nos encontramos con Ingrid Iregui, pero ella lo hace desde del abrazo del tango y la noche milonguera. “Cuando bailo tango siento que se suspende el mundo, me siento conectada más que nunca al presente, creo que tiene que ver con estar en la música y con el otro”, nos cuenta.

Ingrid se abrió camino en el destacado Estudio Dinzel de Buenos Aires y desde hace algunos años da clases y organiza milongas formando una comunidad tanguera local. También oficia como “taxi-dancer” o bailarina acompañante de turistas extranjeros que llegan a la Argentina con el único deseo de bailar tango, tomar clases y asistir a milongas.

A contrapelo de muchas bailarinas del tango que emigran o hacen temporada en el extranjero para poder vivir de la danza, Ingrid apuesta a su Gualeguaychú querido. Como decía Pugliese, sin lugar a duda, ella es un hermoso tornillo más en la máquina tanguera.

Mover las cachas es cosa seria

Es una obviedad hablar del Carnaval de Gualeguaychú como un escenario de danza y arte. Sin embargo, no es tan obvio el esfuerzo, la dedicación y el profesionalismo de quienes allí bailan cada noche de verano frente a miles de personas encendidas por la fiesta de Momo.

En esos 500 metros de pasarela, Rosario Sánchez desafía la celeridad de las batucadas y a la mismísima fuerza de gravedad con sus pies repiqueteando a la velocidad de la luz. A los cuatro años comenzó a tomar clases de danza clásica, pero ya antes (literalmente en pañales) había bailado música del carnaval en brazos de sus padres.

Con el rol de pasista de la comparsa Marí Marí su trabajo se abocó de lleno al dictado de clases de samba no pé, llegando a personas de las más diversas edades y géneros. “El carnaval es una parte muy importante en mi vida que me permite expresarme como bailarina en el desfile y, asimismo, desplegar mi lado de profesional, enseñando y acompañando a mucha gente del mismo ambiente”, dice.

Quizás pocos ven el esfuerzo constante de Rosario, y de tantas bailarinas del carnaval, para poder brillar en el corsódromo. Horas de entrenamiento físico y rítmico, estudio de la música, resistencia aeróbica y mucho más. “Creo que la mayor dificultad es la valorización de nuestra profesión: muchas personas no consideran la danza como un trabajo y, como todo trabajo remunerado, es una lucha por defender lo que tanto amamos hacer y que sea validado como la profesión lo merece, por todo lo invertido a lo largo de la vida”.

«Muchas personas no consideran la danza como un trabajo y, como todo trabajo remunerado, es una lucha por defender lo que tanto amamos hacer y que sea validado como la profesión lo merece, por todo lo invertido a lo largo de la vida«

También en el carnaval, pero como coordinador de puesta en escena, Lucas García ha hecho camino. Se trata de un joven bailarín de la ciudad, con una amplia formación y una academia propia a la que asisten una enorme cantidad de estudiantes.

En su salón, los ritmos urbanos están en el podio de las danzas más demandadas, vinculadas con el consumo musical masivo de las plataformas y las tendencias de las redes sociales. Lucas siempre apostó a su ciudad y sostiene que “Gualeguaychú es una ciudad muy abierta a las propuestas artísticas y siempre me han acompañado en mis proyectos” y que, si bien le ha tocado lidiar “con un pensamiento cultural de que de la danza no vas a vivir”, considera a la danza como cualquier otra profesión y, a pesar de que hay momentos más fáciles que otros, «se puede vivir siendo fiel a esta vocación».

De Gualeguaychú al mundo

Lino López comenzó a bailar los 7 años en talleres municipales de danza y continuó su proceso con una amplia diversidad de docentes de diferentes ciudades y países. Después de un largo recorrido por escenarios, aulas y direcciones artísticas variopintas, creó “Danza Viajera”, un proyector dónde fusionó dos pasiones y dos formas de vida que se cruzan y complementan: “la danza como instrumento para recorrer paisajes”.

Así es como sus pies pisaron (y bailaron) en Uruguay, Chile, Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, México y España. Pero el desarrollo de su proyecto y una carrera provechosa no hace a Lino olvidar los escollos que han pasado (y pasan) él y sus colegas: “el no tener ofertas laborales ni políticas culturales que acompañen hace que sea difícil proyectar desde una estabilidad económica”.

En un sentido similar, Emilce Parga conversa con La Mala desde el viejo mundo: “Creo que las políticas culturales juegan un papel fundamental en la promoción de la danza, porque pueden incluir iniciativas para financiar escuelas, apoyar compañías y festivales; crear espacios adecuados para la práctica y la presentación; y, sobre todo, para educar y crear conciencia laboral y financiera en los trabajadores de la danza, así como también, promover la diversidad cultural en las expresiones dancísticas».

«Creo fundamental, además, que las políticas culturales ayuden a fomentar el desarrollo de artistas y de públicos/audiencias que sepan valorar y recibir la contribución de ver y consumir danza, ayudando a preservar y enriquecer el patrimonio cultural relacionado con este arte”, dice Emilce.

Ella trabaja en el ambiente de la danza desde los16 años y ha construido su propia marca con la que recorre el mundo. “Puedo decir que hubo un antes y un después a partir de la pandemia. Creo que en ese momento confirmé y asumí la responsabilidad de tener un negocio y, desde ese entonces, me dedico con pasión, confianza, conocimiento, compromiso y mucho placer a darle forma y sentido a mi proyecto. Estamos en este mundo (mi negocio y yo) para ser una contribución, para cambiar realidades, para hacer ofrendas, para traer conciencia a través del movimiento. La pandemia fue la primera barrera y la gran puerta. Gracias a esta nueva era digital mi mensaje se expandió por muchos países y este año estoy haciendo mi tercera gira por Europa y la segunda por USA”. Y desde esos espacios del globo sigue apostando a la danza como proyecto de vida.

Con la danza se educa y se cura

A esta altura de la nota, que la danza y la educación van de la mano parece bastante claro. Pero también la danza va de la mano de la salud, de buscar una mejor calidad de vida, y sobre esto nos cuenta Gimena Lizzi que desarrolla el proyecto DanzaTerapia desde hace algunos años.

Gimena es una excelente bailarina (hizo el profesorado de danza clásica en la prestigiosa academia local de Nina Fuentes) pero sus palabras resuenan como quien disfruta de ser una facilitadora: “la DanzaTerapia es una práctica silenciosa, interna, íntima pero compartida, para expresarse, decir y dialogar. El cuerpo físico es el medio para comunicar en movimiento”.

Su rol, sobre todas las cosas, es el de garantizar un contexto cuidado, sigiloso, respetuoso, abrigado y amoroso para que las personas que se acercan puedan vivir la experiencia de moverse desde su verdad, para sanarse.

Gimena conoció este camino hace ya un largo tiempo, viviendo en Buenos Aires, donde su propia necesidad de encontrarse con la danza de un modo más profundo la cruzó con la maestra Maria Fux y su estudio. Tiempo después, en Santa Fe, de la mano de Mónica Romero Sineiro, modeló su don para ser puente y abrir el camino de la DanzaTerapia en nuestra ciudad y desde allí viene acompañando a muchísimas personas que hacen de la danza el remedio para sus dolores.

Estos diez bailarines y bailarinas de la ciudad son sólo una pincelada del fructífero cuadro artístico de la danza en Gualeguaychú. Sus esfuerzos, proporcionales a sus inmensos talentos, nos hacen pensar acerca de la importancia del arte y la cultura para el desarrollo de los pueblos, más en estos momentos de embates y retrocesos.

El desarrollo de políticas culturales que reconozcan a los y las trabajadoras de la danza es imperioso y fundamental, pero también lo es el acompañamiento de toda una comunidad en la valorización de los artistas, no como seres excepcionalmente especiales, tocados por una varita mágica, sino de los artistas como personas que proyectan sus vidas con la danza como trabajo, como forma de ganarse su sustento y el de sus familias.

Alguien dijo por ahí que los pueblos que no bailan están condenados al fracaso. En La Mala estamos convencides de ello.

captura de pantalla

por Tati Peralta

Pina (2011)

Docu dirigido por el enorme Win Wenders (acaba de estrenar la bella ‘Perfec days’) centrado en la figura de la coreógrafa alemana Pina Bausch. Originalmente estrenado en 3D, la combinación entre Pina Bausch y Win Wenders funciona en muchos niveles.

billy elliot (2000)

Un clasico. Ambientada en el condado de Durham, Inglaterra, durante la huelga de mineros de 1984-1985, la peli cuenta la historia de Billy, un niño de clase obrera que descubre su pasión por la danza pese a las objeciones de su padre, que lo quiere boxeador, y los estereotipos asociados a ser un bailarín.

suspiria (1977)

Ok, hay una remake del 2018 de esta peli que esta muy bien, pero esta es la que dirigio Darío Argento, uno de los proceres del terror. La peli se centra en una estudiante de ballet que es transferida a una academia de danza en Alemania, en donde se suceden una serie de asesinatos.

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