NO HAY SALUD MENTAL QUE AGUANTE (EL DESEMPLEO)

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NO HAY SALUD MENTAL QUE AGUANTE (EL DESEMPLEO)

La Salud Mental. Un tema que se coló entre las principales preocupaciones mundiales desde la aparición de la pandemia, en 2020. Desde entonces, al menos en Argentina, no ha dejado de crecer el malestar, económico, sí, pero emocional y psicológico, también. En este ensayo, Zul Bouchet desarrolla el tema.

Texto: Zul Bouchet

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Ilustración: Diego Abu Arab

El trabajo es un medio de carácter económico, un dispositivo utilizado para satisfacer necesidades. Sin embargo, no es su único uso. Es, inevitablemente, a su vez, un mecanismo a partir del cual se establecen relaciones sociales interpersonales; es un sostén de integración social, política y cultural, que conlleva una doble articulación: por un lado, entre la vida pública y la privada; por otro, vinculando proyectos individuales y colectivos. Alguien desplazado del ámbito laboral será, posiblemente, un excluido de la sociedad.

Argentina viene atravesando un periodo de aumento del desempleo, estos últimos meses cualquier oferta laboral obtiene una cantidad considerable de desesperadas postulaciones. Las redes se han inundado de búsquedas, de pedidos y urgencias para obtener ingresos medianamente estables. Frente a una oleada de despidos y cierres, resurge la figura del desempleo en números desorbitantes. Y frente a esa falta, se abre camino la angustia que presenciamos en posteos que hablan de no aguantar más, en llantos frente a móviles televisivos, en currículums enviados de a montones, en el aumento de colchones en la calle y platos en los comedores. 

Pero el desempleo no repercute en todos por igual, hay variables que acentúan las dificultades de inserción de ciertos colectivos, como las vinculadas a clase social, el nivel de estudios, el género, la edad e, incluso, el nivel de apoyo familiar o sostén con el que cuenta la persona desempleada.

El empleo enferma, pero el desempleo enferma aún más, escribió alguien alguna vez.

“La incertidumbre económica y financiera, junto a la sensación de inutilidad que provoca no encontrar lo buscado, aumenta los niveles de ansiedad y depresión”

No contar con trabajo en contextos como el actual dificulta el desarrollo potencial de los individuos, impidiendo satisfacciones primarias, pero, sobre todo, limitando su bienestar psicológico. El desempleo impacta en la vida personal de manera directa. Cuánto más perdura, más afecta. Golpeando considerablemente en la salud mental, ya que la incertidumbre económica y financiera, junto a la sensación de inutilidad que provoca no encontrar lo buscado, aumenta los niveles de ansiedad y depresión.

El desempleo provoca estrés y baja autoestima, repercute en la salud mental generando efectos negativos en la confianza y la pérdida de recursos psicosociales.

La problemática no es reciente, aunque se vea amplificada estos últimos meses. Durante la pandemia se redujeron los puestos laborales, también cambiaron las relaciones de compra-venta y se vieron modificadas las condiciones de trabajo. Repercutiendo de manera directa en grupos específicos, como es la juventud, que estos últimos años recurrió a ser delivery como primera experiencia ante la disminución de oportunidades. A esa precariedad se le suma, ahora, lo difícil de obtener un empleo que brinde cierta tranquilidad un poquito más allá del día a día. Porque la plata no es lo más importante, pero ¿quién puede irse a dormir con la psiquis en orden si no pudo comer antes de acostarse? Ciertos ingresos son necesarios.

La Salud Mental no es sólo la ausencia de trastornos mentales, no es cuestión exclusiva de diagnósticos concretos y patologías identificables. Implica el bienestar total que atraviesa al individuo (desde lo físico a lo psíquico), consciente de las capacidades que posee para enfrentarse a la contingencia, sabiendo que puede ser productivo e, incluso, que podría generar aportes significativos para la comunidad. 

Se puede ampliar la definición de Salud Mental siguiendo el trabajo de Houtman y Compier (2001), quienes vincularon el tema con el trabajo. Para ello se proponen tres maneras: En primer lugar, podemos referir a ella como un estado que implicaría el bienestar psicológico y social en un contexto sociocultural dado, donde el individuo podría reflejar estados de ánimo negativos o positivos; en segundo lugar, se puede hablar de un proceso, teniendo en cuenta la conducta de afrontamiento que puede padecer el sujeto cuando quiere independizarse o ganar autonomía. Y, finalmente, se señala a la Salud Mental como resultado, como un factor que deviene de lo que ocurre, de lo que el individuo atraviesa.  

Es evidente que entre trabajo y Salud Mental hay un vínculo más cercano de lo que solemos creer. No puede consolidar el bienestar un individuo que está inmerso en la preocupación de necesitar y no tener, a pesar de contar con las herramientas para desarrollarse. Esa imposibilidad se percibe en el momento social, político y cultural que atravesamos, en el que el resurgimiento de los desempleados como un sector que no para de crecer es alarmante. Sobre todo, porque dichos sujetos dan cuenta de padecimientos a nivel psicológico, de un desgaste psíquico y un empuje hacia un abismo que no encuentra freno ni tiene una mano amiga (¿o será en realidad estatal?) que lo calme.

“Después de buscar durante meses, de obtener solo negativas, de una heladera que se vacía y no se vuelve a llenar más, de una cuenta bancaria que solo resta, ¿cuánto aguanta la psiquis?”

El régimen es nocivo para la conservación de la Salud Mental, el hombre se ve solicitado por actitudes y rasgos que lo enferman. No se puede adaptar, no puede cumplir, es expuesta al límite su resistencia. ¿Cuánto aguanta un individuo con cada vez más carencias?

Se habló mucho de esperar y hacer cierto sacrificio para que llegue un bienestar que tiene, al parecer, la fecha un poco extendida. El término resiliencia asume que los individuos son capaces de adaptarse a las situaciones desafiantes, que tienen lo necesario para afrontar las amenazas que surjan en el camino. Si se piensa bajo esta idea a los desempleados, se asumiría que deben esforzarse y mantenerse positivos frente al desamparo que habitan. Suponiendo, así mismo, que esa actitud brindaría soportes para proteger su Salud Mental. Linda la teoría, floja la práctica.

Les está pasando a buena parte de cada vez menor clase media argentina. Quizás los primeros meses, cuando los sujetos tienen aún ahorros y pueden defenderse, la sonrisa se mantenga. Ahora, después de buscar durante meses, de obtener solo negativas, de una heladera que se vacía y no se vuelve a llenar más, de una cuenta bancaria que solo resta, ¿cuánto aguanta la psiquis? 

El desempleo perjudica más que lo económico. Crea sujetos ansiosos, a los cuales angustia y aísla. Es una problemática grave. Los desempleados son un actor creciente y la respuesta a la situación no puede ser la crueldad insensibilizante.

¿Quién pagará por aquellos que adelanten su final? ¿Quién se responsabilizará de las terapias y los tratamientos empezados o por empezar? ¿Quién garantizará la atención a quienes no lleguen a costearla?

En el horizonte debe poder encontrarse, al menos, un mínimo de tranquilidad. Lo antes posible. Los cuerpos no están preparados para vivir en una incertidumbre permanente. Las mentes, tampoco.