La pelota manchada

VIOLENCIA NATURALIZADA

La pelota manchada

Hace poco más de un mes atrás, Mirko Fabani recibió una trompada y, ya en el piso, una patada en la cabeza. Fue durante un partido de fútbol. Hoy, después de varios controles y tomografías, cuenta su historia. “Quiero mirar para adelante, si pasó es por algo”, expresó. También en esta nota, la palabra de Marcelo Duarte, el agresor. ¿Qué le pasó para reaccionar así?

Texto: Luciano Peralta

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Fotografía: Joaquín García

Se jugaban 14 minutos del segundo tiempo, Camioneros se imponía 2 a 0 a Cerro Porteño en la cancha de la liga, cuando un grave hecho dejó en pausa el fútbol y desató el desconcierto, la angustia y la bronca, afuera y adentro de la cancha.

Tras un intercambio de palabras, Marcelo Duarte (36), de Cerro Porteño, le pegó una trompada en la cara a Mirko Fabani (23), de Camioneros, y en el piso le dio una patada en la cabeza, dejando inconsciente al jugador.

Las familias de ambos estaban del otro lado del alambrado, por lo que la situación ganó en dramatismo. Luego, el agresor fue detenido y pasó la noche en la Jefatura Departamental, mientras que el agredido lo hizo en el hospital.

Hoy, a un mes del hecho, ambos protagonistas accedieron a dialogar con La Mala. Las líneas que siguen pretenden reflejar los diálogos con ambos, sin juzgar ni justificar actitudes o actos de ninguno de los dos. Tratar de entender lo inentendible, sin condenas moralistas o estigmatizaciones facilistas; abrir el juego a la palabra de los protagonistas, sin sensacionalismo ni golpes bajos, es el objetivo de estas líneas. Veremos qué sale.

NO ME ACUERDO DE NADA

Mirko Fabani tiene 23 años, dos hermanos y cuatro hermanas, y juega al fútbol desde siempre. Creció en el barrio del Tiro Federal, donde aún vive, es derecho, pero se acostumbró a jugar de lateral o de volante izquierdo, donde se siente más cómodo. Una rareza.

Es hincha y socio de San Lorenzo de Almagro y le gusta ir a la cancha. A los 7 años empezó a jugar en Black River, luego se fue a Independiente, hasta el 2018, cuando pasó a Cerro Porteño. A mitad del 2022 se puso la camiseta de Camioneros, equipo de la segunda categoría del fútbol departamental.

“Cuando jugábamos en equipos diferentes con mi hermano, mi familia se dividía para acompañarnos a los dos. Pero ahora, que estábamos los dos en Camioneros iban todos: mis viejos, mis hermanas, sus novios, eran como quince en la tribuna”, dice, con la sonrisa que sostendría durante casi toda la charla.

“Había pedido el día en el trabajo para ir a jugar ese partido, porque jugaba con mi hermano y contra Pepo, un amigo de toda la vida. Hace de cuenta que éramos tres hermanos adentro de la cancha”, dice, sobre el encuentro en el que sufrió la agresión.

Mirko posa para el fotógrafo de La Mala; atrás, las canchas del Club La Ribera, el potrero de su infancia

Camioneros y Cerro Porteño, ambos sin chance de clasificar a la pelea por el ascenso, jugaban sólo para cumplir con la última fecha del torneo. Iban 14 minutos del segundo tiempo y el primero se imponía por 2 a 0 cuando un choque típico entre dos jugadores terminó con sus protagonistas fuera de la cancha: uno en la Comisaria y el otro en el Hospital.

“Te voy a contar por lo que me contaron, porque yo no me acuerdo de nada, ni del partido ni de ese día”, advierte Mirko. “Por lo que me dicen, es una jugada que yo cortino a mi hermano, el loco me dice algo y yo le contesto, y ahí me pega una trompada y caigo. Le sacan la roja y me pega una patada en la cabeza. Hay otros jugadores que estaban al lado que me dicen que no escuchan nada entre nosotros, la verdad, no sé. Pero eso no importa, es un partido de fútbol, una puteada siempre hay”.

“Empiezo a reaccionar como a las dos de la mañana, lo del golpe había sido once y pico. Cuando me despierto en el hospital estaba mi viejo al lado mío y yo seguía con la ropa de fútbol. Ese día llegué del hospital, me bañé y dormí como hasta las seis de la tarde. Fueron como cuatro días en los que me dolió la cabeza: me dolía y se me pasaba, me dolía y se me pasaba”, relata el joven, ya recuperado.

“Nunca recibí un mensaje, lo tomo como que hizo lo que quería hacer, porque si no me hubiese mandado un mensaje, se hubiese acercado”

Afortunadamente, las tomografías a las que fue sometido mostraron buenos resultados y la recuperación fue buena. Además, Mirko contó con el apoyo del Club Camioneros y de Aratá, donde trabaja. “Se pusieron la diez”, remarca, agradecido. “Muchos jugadores de todos los equipos me mandaron un mensajito y se pusieron a disposición”, cuenta. Aunque, sobre su agresor dice: “Nunca recibí un mensaje, lo tomo como que hizo lo que quería hacer, porque si no me hubiese mandado un mensaje, se hubiese acercado”.

“Ahora, quiero mirar para adelante, si pasó y me salvé es por algo. Hay que ver la parte positiva y seguir”.

SE QUE ME EQUIVOQUÉ

Es necesario aclarar que esta nota iba a salir el sábado pasado con el relato del jugador agredido, pero la necesidad de escuchar la palabra de la otra parte, de tener más herramientas para tratar de entender lo que parece inentendible, fue más fuerte. Por eso la publicación fue postergada hasta haber charlado con Marcelo Duarte, el jugador de 36 años que agredió a Fabani.

“Podría haberlo esperado de cualquiera, menos de él”, expresó uno de sus compañeros de Cerro Porteño a un rival, cuando todavía era todo desconcierto en el campo de juego del Estadio Municipal. Esas palabras encuentran sentido en los primeros intercambios con Marcelo Duarte: parece una persona respetuosa, humilde, que, sin justificar lo que hizo, me habló de la angustia que él y su familia vivieron por esos días, cuando no sabían si podrían viajar al Hospital Garrahan a atender a su hija, que padece una enfermedad por la que vive en sillas de ruedas.

“Le voy a pedir disculpas, porque sé que no está bien lo que hice, pero lo voy a hacer personalmente”

NOTA DE AUTOR

Los varones que hoy somos adultos fuimos sociabilizados de una manera que habilita la violencia en el fútbol como en ningún otro lugar. “No están en la cancha”, nos decían las maestras para señalar el límite de lo prohibido dentro de la escuela. Así, todas las actitudes reprobadas en las instituciones de la vida social (familia, escuela, iglesia, etc.) quedaban habilitadas en un sólo escenario: la cancha de fútbol.

Putear, faltar el respeto, agredir, descalificar y hacer trampa son actitudes que quedaban (y quedan aún) habilitadas dentro de una cancha de fútbol. Porque “el fútbol es para hombres, si no andá a jugar a las muñecas”. De esta manera se construyó un sentido común que marca que en la cancha vale todo, como si el fútbol funcionara como una excepción a las reglas de convivencia social a las que todos, más o menos, nos adaptamos.

Así, el fútbol se convirtió en el único espectáculo en el que la gente se mata (a trompadas y a tiros), dentro y fuera de los estadios, en nombre del “aguante” o la “pasión”. No son más que los códigos naturalizados de una subcultura machista y violenta, amalgamada y complejizada por los sentimientos más puros y genuinos de amor por la pelota.

El fútbol viene con lo bueno y con lo malo. Es necesario entenderlo para cambiarlo.

Empezar a desromantizar el “folclore” y a desnaturalizar la violencia como parte intrínseca del juego es la única alternativa. Si no, seguiremos contando historias de comisarías y hospitales en vez de hablar de lo más lindo, en vez de hablar de fútbol.