Susto

CUENTO

Susto

Fernando David Troncoso nos regala un cuento de su repertorio, extraído del libro “Planta Infernal”, acompañado por la fotografía de Joaquín García.

Una leve brisa agitaba el follaje y producía un suave oleaje en el arroyo. En el campamento levantado en un claro, el grupo de hombres reunidos alrededor del fuego bebían y contaban historias de aparecidos, fantasmas, ánimas en pena y todo el repertorio de terror y misterio conocido. Pasada la medianoche uno de ellos dijo:

-Che Jacinto andá y fíjate si la canoa quedó bien atada.

El aludido hizo un gesto de sorpresa que mutó enseguida en una mueca burlona:

-Ahí voy- contestó, y, tomando la escopeta, se internó en el monte.

Justo a él, al más baqueano y avezado de los cazadores lo querían engañar con el viejo truco de contar historias y luego enviarlo al monte para que se asustara … ¡Una falta de respeto!

Eso se les hacía a los novatos, pero no a Jacinto, nacido y criado en el monte, toda la vida cazando y pescando. Con un estado de ánimo que oscilaba del desprecio a la indignación, Jacinto se acercó al arroyo, revisó los nudos de la canoa y emprendió el regreso al campamento. Las nubes por momentos eclipsaban la luna, un ruido de hojas sacudidas y un chillido delataban algún ave acosada por un predador nocturno. Nada de eso inquietaba a Jacinto que caminaba resueltamente, sin embargo, notó que no reconocía el sendero, el paisaje mutaba, los árboles vistos a la mortecina luz lunar eran secos y retorcidos, el viento desapareció y una calma opresiva se adhería a su cuerpo como una segunda piel. De pronto vislumbró una silueta al principio difusa, pero al acercarse, vio que era un hombre que al igual que él portaba un arma.

-Buenas noches- saludó Jacinto-.

-Buenas- respondió quedamente el recién llegado-.

– ¿Cazando? – preguntó Jacinto-.

-Ahá- contestó el extraño-.

“Hombre de pocas palabras” pensó Jacinto, y ambos caminaron un trecho en silencio hasta llegar a un alambrado que cerraba el paso. El acompañante de Jacinto cruzó a través del alambre como si no hubiese ningún obstáculo; Jacinto llevado por la inercia y la sorpresa, chocó con el alambrado y rebotó.

Lo que, al ser visto por el otro, lo hizo prorrumpir en gritos estentóreos.

– ¡Un mortal un mortal! –exclamó aterrado y se desvaneció en el aire-.