SI ME QUERÉS, QUEREME MADRE

MUJER MAMÁ

SI ME QUERÉS, QUEREME MADRE

Cómo iba a pedir permiso en la tierra: yo quería ser madre. Ser errante: parecerte a tu madre.

Cuando fui madre dejé de escribir. Me olvidé dónde estaban mis cuadernos llenos de palabras fantásticas, sofisticadas. Supe, a los días, que estaba muriendo alguien. Hace siete años nadie me había dicho, a mis 32, que eso era posible. Era esa la que moría, esa que era yo y ya no estaba siendo, y mi preocupación más importante era cómo seguir perteneciendo al universo de las mujeres que sí, que todo lo transformaban. Llegaba al mundo un gran portal que atravesé: un marido y una hija y una yo que no tenía ni idea de quiénes éramos. La que escribía ya no estaba, entonces la que pensaba y tenía algo brillante para dar tampoco.

Mis momentos medicina llegaron y no estaban pidiendo permiso. Junto a una tribu de mujeres vergonzantes se asomaba: mi madre, la madre de mi madre. Las tías, la otra madre (la de mi padre), y una parva de rostros agobiados aparecía en la multitud. Las que no leíamos ni escribíamos porque comenzábamos a ser madres, en mí.

Me dejé atravesar por mis propios líquidos, chorreante. Errante. Sofoco de tiempo muerto, escupía, con la criatura en brazos que todo lo devoraba. No había forma de que el juego de la muñeca en mi infancia imaginara que no había bebito que cambiar: había gritos que escuchar. Los míos, los de la criatura, los de todas. Y me encontraba sola. La aclamada escritora, Licenciada para dar, no podía ni recibirse. Portal. Señal.

Dejé que el silencio hablara mientras el tiempo pasaba. Alguien me dijo que eso no era para siempre. Y la criatura soltó un poco, y yo también, y llegó otra: otro parto. Salida del segundo portal, mordí una hamburguesa cargada de capitalismo y papas fritas. Era una loba hambrienta de carne molida mal cocinada, hundida en placer y mayonesa. La cría mamó, y yo casi como en el mismo acto reflejo comencé a escribir.

El parto fue alucinante, el dolor fue tan impertinente como mi condición. Y ahí volvía esa escritora, no, ahora era escribiente, madre errante que escribe. En las palabras ya no había ese brillo de copa nueva. Era alma, escritura con alma, tan berreta, pensé. Y me alfabeticé, compartí, circulé. Re narré. Y me reconstituí, intuí.

Ya en el cielo de las juezas no había nadie. El feminismo maternante ni idea dónde estaba, yo lo estaba escribiendo también en esa pasión por ser devorada. La muerte me estaba permitiendo volver a nacer. Así, envuelta en telas y monte, renaciente, reluciente. Y esa parva de rostros devorados por el maternaje estaba siendo la guarida. Me cobijó. Estaba ahí.

Nunca me fui de ese aromita, es allí donde también pertenezco. Ya no caben juezas en mis cielos y no pido permiso para estar en esta, mi tierra. Y volví, siete años después, a marchar un 8M instándome: Si me querés, quereme madre.