INCONTROLABLE
Ahí está Diego haciendo jueguitos con la zurda en el borde de la vereda, sin pisar el cordón, justo en el límite de la última línea de baldosones grises texturados, pero en vez de una pelota, tiene una bufanda celeste bien despeluchada hecha un bollo. Usa los botines, las medias y los pantaloncitos del año 86, una camisa Versace desabrochada, de esas multicolor, y muestra una sonrisa de oreja a oreja que se transforma inmediatamente en un gesto gruñón. Le dice palabrotas a un viejo que no lo escucha porque está leyendo algo importante en el diario de la tarde. Quiere que se mueva porque no ve. Hay una tele prendida en un canal español; están pasando, una y otra vez, cierta publicidad de una crema para la cara, la cual, según dice la que la promociona, hace maravillas con las arrugas y las imperfecciones de la piel. Es la que usa Belermina, mi abuela, que es sencilla pero coqueta. Siempre peinada, siempre maquillada, siempre siempre inmaculada. Un nene de poco más de ocho años que tiene los mismos rulos maradonianos agarró la improvisada Nº 5, la desarmó después de pelear unos minutos, se persignó, miró al cielo y se la puso en el cuello. Agarró de la mano a sus hermanitos, y se fueron cantando “Por”, de Pescado Rabioso.
Hay sol, pero está oscuro. Hace frío, pero es verano. Hay lugares iluminados como si diferentes grupos de reflectores apuntaran sus haces con toda la potencia hacia diversos puntos específicos. Parece la escenografía de una obra de teatro. Un escenario inmenso, sin telón, pero con una función continua, sin pausas. En una esquina se juntan los más grandes a hablar de política. Forman un hexágono perfecto en el que se intercalan hombres y mujeres. Son muchos, los puedo contar, pero no sé el nombre del número que los representa. No lo sé.
Más allá, hay un rinoceronte enano que se deja acariciar por uno de barba desprolija que tiene pinta de buena persona. ¿Qué hace ese animal suelto en la puerta del súper coreano? Es una cría, pero igual… Y bueno, se supone que debería estar prohibido tener esas criaturas en cautiverio, pero si nadie controla… No sé por qué veo todo esto como si fuese un dron: que sobrevuela la escena. Tengo claro que es un sueño; estoy soñando, sí, pero todo es tan nítido, tan real, que me lo cuestiono.
UNDER, SIEMPRE

No sé si tuve muchos amores sin lazos sexuales ni románticos a lo largo de mi vida, pero mi fascinación con Vera Land fue cosa seria. ¿Te podés enamorar perdidamente de alguien por leerla en las páginas de una revista, en las de la Cerdos & Peces? Y sí, me pasó.
Nunca la conocí en persona, ni siquiera sabía su nombre real, pero tampoco me molesté en averiguarlo, buscarla y contarle lo que sentía, aunque solíamos frecuentar los mismos antros. Me gustaba ese misterio. Sentía que escribía pensando en mí. Era un adolescente con la rabia insolente y las inseguridades de la edad. Quizás no lo hice porque era la amiga, amante y esposa de Enrique Symns, el “Señor de los venenos”, el Bukowski argento, protagonista y narrador del under porteño de los años ochenta. A él sí lo tuve frente a frente, lo saludé una madrugada de otoño en un bar del Bajo, después de un recital de Los Redondos en Paladium; estaba solo, apurando el último trago de uno vaya a saber qué espirituosa. Le dije que lo admiraba y le di la mano. Empezó a improvisar algo lleno de puteadas y a mover las manos como si fuera un italiano enojado. Me quedé unos minutos mientras él seguía con su espectáculo delante de los tres que lo acompañaban. Uno me arrimó una silla. No sé por qué no acepté la invitación a sentarme y a participar de la reunión con el resto de los parroquianos. Me habrá dado vergüenza. Hoy me arrepiento.
¡Cómo esperaba todos los meses la llegada de la revista al quiosco de diarios de Constituyentes y Baragaña para leerla a ella y deleitarme con sus crónicas y notas oscuras, sórdidas, llenas de historias ocultas, de esas que te dan ganas de volver a disfrutar, al menos, una vez cada tanto! Lo admito, me enamoré de su alter ego, de un seudónimo, de su forma de escribir, de un montón de palabras acomodadas de manera justa para que me movieran mi marco de la realidad. En un par de páginas, te escupía verdades, y a mí me encantaba. Por ahí no fui el único, los Piojos la mencionan en una de sus canciones: “Rebotín, rebotán, de la Vera, Vera Land…”.
NO PASARÁS

El chino de la puerta no me va a dejar entrar. Ya me imagino lo que me va a decir. Documentos no me va a pedir, pero algo va a improvisar para hacerme esperar. Sergio tiene facciones de mayor; de hecho, lo es por unos años, pero yo tengo cara de pibito por más que me pare los pelos y tenga este arete en la oreja. Igual lo voy a dejar que encare y que diga que viene conmigo. Además, hoy es jueves (viernes), una y pico, no puede decirme que no. Al colegio voy a la tarde, a la mañana sin dormir no doy el presente ni loco; encima debería escuchar al pesado de Física, que se la sabe todas, y, con el cálculo del movimiento circular uniforme, estoy teniendo problemas.
Por ser jueves —en realidad madrugada de viernes— hay mucha gente, demasiada. La cola dobla la esquina, llega casi a la otra entrada, o, mejor dicho, la salida. ¡Qué locura que te pongan un sello en la muñeca para que puedas entrar y salir sin problemas por ahí! Y no cualquiera, tienen de San Martín, de Belgrano… Está bien pensado: como el lugar es relativamente chico, fomentan el recambio de gente, y siempre está lleno. Seguro que gran parte de la convocatoria es porque actúan las Gambas al Ajillo. Las vi hace unas semanas en el Parakultural. Son bizarras con un humor provocador e irreverente. Estaban vestidas de monjas y se quedaban en bikinis sesentosas. Igual, su performance no creo que dure mucho, menos en una disco, diez o quince minutos, no mucho más y seguro va a ser tarde, cuando ya esté la pista llena.
A esas dos chicas fancy les pidió invitación y como no tenían las hizo esperar a un costado. Raro. A la pelirroja la conozco, vive cerca de casa, pero no me da bola. Me conoce, nos cruzamos en todos lados, pero me ignora. Nosotros tenemos las nuestras. Ya casi llegamos hasta Caronte con nuestros free passes. La colo me está mirando y habla con su amiga. Decime que se va a animar a hablarme para hacerse la “amiga”. Sergio está en otra. Mueve la cabeza como si ya estuviera adentro. La música se filtra por la puerta. Creo que está sonando “Tainted Love” de Soft Cell. ¡Qué temazo! Lo veo que el chino nos señala y hace un ademán con la mano para que subamos. Suelto el aire aliviado y cuando piso el primer escalón, escucho: “Hola, ¿no me vas a saludar?”.