– Contame de vos: ¿quién es Leandro Puntin? ¿Dónde naciste?
– ¿Quién soy? Muy buena pregunta. Cuando lo descubra, te cuento. Pero si nos basamos en la frase que dice “somos eso en lo que invertimos nuestro tiempo”, te diría que soy escritor y diseñador gráfico. Y si tengo que creerles a mis padres, nací en Viale, Entre Ríos, aunque siempre vivimos en Seguí, un pueblo a unos cincuenta kilómetros de Paraná y a unos veinte de Crespo.
– Leí por ahí que leés mucho desde chico, ¿por qué?
– No tengo idea; solo sé que lo hacía y lo sigo haciendo. Podría echarle la culpa al abuelo, que tenía una biblioteca enorme, o a mi vieja, que me compraba algún libro para chicos en sus viajes con la escuela (era profesora) a la feria del libro en Buenos Aires, o, tal vez, y mucho más tarde, a mis profesoras de Lengua: María Luz y Teresita Yugdar. También podría culpar a todas las revistas que se me cruzaban por delante, así fuese mientras esperaba durante horas —literal— en el dentista o que terminaran de peinar a mi vieja en la peluquería. Sin saberlo, ya estaba aplicando una de las máximas de la literatura: “leer también es escribir”.
– ¿Hace cuánto tiempo estás en Barcelona? ¿qué hacés allá?
– Hace poquito, el 18 de marzo cumplí dos años en Barcelona. Acá trabajo de diseñador freelance y atiendo en una focacceria italiana. Me las tiro de barista también. Doy talleres virtuales y, en breve y si todo sale bien, voy a dar talleres presenciales de literatura latinoamericana en una librería chiquita. Trato de ir ladeándome cada vez para el lado de todo lo relacionado a las letras, a ver si tengo suerte y en quince o veinte años puedo vivir de decirle a la gente lo mal que escribe (Chiste. ¿O no?).
“Llegué al terror gracias a la revista del cable. Después de la escuela, me tiraba en la cama de mis viejos y resaltaba con un fluorescente los títulos de las películas que me llamaban la atención”
– ¿Cómo fue el encuentro con el género terror?
– Llegué al terror gracias a la revista del cable. Después de la escuela, me tiraba en la cama de mis viejos y resaltaba con un fluorescente los títulos de las películas que me llamaban la atención. Habré tenido cinco o seis años y la sinopsis de un bicho asesino llamado “Cabeza de calabaza” me llamaba con más fuerza que la de un montón de juguetes que cobraban vida cuando su dueño los abandonaba. Nadie me dijo “mirá esto”, ni “che, esto está bueno”, me gusta pensar que llegué solo, que el terror me llamó y yo me acerqué, gateando a tientas en la oscuridad. Al mismo tiempo que mis compañeros lloraban viendo El Rey León, yo solo pensaba en el tiranosaurio de Jurassic Park y en cómo la pata ensangrentada de la cabra caía sobre el techo de vidrio mojado del Jeep y aterraba a los protagonistas. Así que, para hacerla corta, mi fascinación vino del cine y después, por cuestiones de época y popularidad, de Stephen King (aunque, al día de hoy, el viejo siga sacando entre dos y tres libros al año). Más tarde, me arrimaría a los autores más grotescos y gráficos (y no por eso menos sensibles) que sentarían las bases de lo que hago: Clive Barker y Jack Ketchum.

– Contame de semáforos…
– Semáforos. Durante mi niñez y mi adolescencia, no había ni un semáforo en el pueblo. A la larga, pusieron uno (hoy creo que hay dos). Yo medía el tamaño de una población en base a la tenencia o carencia de semáforos. Si no tenías semáforo, eras un pueblo chico. Y, por oposición, eso significaba que no eras una ciudad, que no eras relevante. Recién de grande me di cuenta que el concepto de no tener semáforos ocultaba algo más jugoso: no tener semáforos también significa no tener filtros, que todo y todos pueden pasar, que nadie te frena, que no hay limitaciones ni restricciones. No tener un freno, así sea físico o espiritual, te lleva inevitablemente al exceso. Y el exceso, en la literatura de terror, es lo que nos interesa. Y todo esto puede sonar poético e iluminado, pero la verdad es que le robé la idea a un profesor que tuve en la adolescencia. Él también es diseñador gráfico y en aquel entonces publicaba una revista titulada “SinTaxis”. Un juego de palabras hermoso. Y yo, con muchísima menor gracia y efecto, se lo robé para el título de la antología. Leandro —sí, hasta se llama igual que yo—, si estás leyendo esto: gracias y perdón.
“No tener un freno, así sea físico o espiritual, te lleva inevitablemente al exceso. Y el exceso, en la literatura de terror, es lo que nos interesa”
– ¿Dónde se consigue el libro?
– En el 2023 autopubliqué “Sin Semáforos: relatos de un pueblo tan podrido como el tuyo” acá en Amazon España —no sin antes haberla trabajado durante dos años en talleres con Alejandro Baravalle y repasado por última vez con la escritora Anahí Flores—, y hoy, en marzo de 2025, salió publicada allá en Argentina por Bucanera Ediciones, de la mano de la editora y novelista Jorgelina Etze. No hace falta que te diga lo contento que me pone que alguien haya leído y creído en mis historias al punto de querer publicarme. Así que sigo aprovechando y te invito a vos y a los lectores de esta nota, a los pueblerinos que siempre sintieron que no encajaban, a esos a los que las sangre y el morbo les atrae más que el fútbol o las novelas románticas de Netflix, a que se pasen por mis redes y le echen un ojo a “Sin Semáforos”. En este momento, está activa la preventa y, como todos ya sabemos en Argentina, mejor aprovechar ahora porque mañana no se sabe.