Sebastián tensa muy fuerte el hilo y se lo muestra al compañero nuevo. El muchacho observa los movimientos de las manos. Los dedos de Sebastián se mueven con habilidad entre los materiales. Tiene en las manos una lanzadera de la máquina inglesa, la primera de la línea, cerca de los portones.
El muchacho fue presentado ayer en la sección de la fábrica. Se llama Manuel, pero Sebastián porfía en olvidar el nombre del nuevo compañero. Es uno de los más antiguos en la sección y le corresponde el papel de explicar a los recién llegados cómo se trabaja en ese lugar.
– Estos hilos son hindúes. Ya no vienen tan buenos como antes, pero se la bancan. Antes usábamos los ingleses, que eran mejores, pero dejaron de producirse.
– ¿Siempre los cortás con la tijera? Yo estoy más acostumbrado a usar la trincheta. Es más cómodo.
– Lo primero que tenés que entender es que de todo lo que aprendiste cuando estabas en la otra sección, acá no te sirve casi nada. Con la trincheta trabajás más rápido, pero el corte es muy desprolijo y corrés el riesgo de que después afecte al funcionamiento de la lanzadera. Fijate que es una pieza que debe correr sin trabas, el material tiene que deslizarse como si estuviera en el aire.
Son las primeras horas de la mañana y todavía se puede conversar sin gritar demasiado. Desde las siete y hasta las ocho, se detiene la mitad de la maquinaria para las tareas de mantenimiento. La fábrica funcionando a media máquina no parece el infierno que es cuando marcha a pleno.
La llegada de un nuevo compañero a la sección siempre es una novedad. Genera cambios y movimientos en el lugar y en el ambiente.
Ahora la atención de Manuel está concentrada en el tablero de mandos de la máquina. Sebastián le muestra llaves y botones de distintos colores. Habla de contactores que deben activarse en un determinado orden.
– Mirá, Nuevo, a esto hay que prestar mucha atención. Si te olvidás el orden, rompés la máquina y hay que detener todo.
– Manuel, me llamo. ¿Tan sensible es el aparato?
– Sí, Manuel. Si las turbinas no encienden cuando corresponde, la bobina no se mantiene refrigerada y eso afecta al material. Te das cuenta enseguida, porque la trama empieza a salir con marcas.
Mientras atendía las indicaciones, Manuel observaba a un hombre mayor que avanzaba mirando las máquinas y dando indicaciones a los técnicos que se dedicaban al mantenimiento.
– ¿Le mostró bien el orden de los interruptores?
– Sí. Uno por uno.
– No deje pasar ni un detalle, mire que esta es una de las partes más delicadas de la línea.
– Le estoy explicando todo lo que sé, señor.
– Eso es lo que me preocupa. Usted se conforma con lo que sabe, con eso no alcanza.
– Me está explicando bien –intervino Manuel.
– ¿Manuel se llama usted? Atienda, escuche y no se meta.
– Estábamos justo en la etapa de los interruptores. Le expliqué qué significa el color de cada uno.
Manuel se puso a un costado esperando que continúen las indicaciones. Pero Sebastián dejó a un lado las explicaciones para dedicarse a discutir con el otro hombre. Debe ser capataz o jefe de sección. El ambiente está poblado por el rumor de los motores y los golpes secos de las lanzaderas en su vaivén nervioso.
– Somos como estas lanzaderas, vamos y venimos –grita Sebastián al hombre que había intervenido.
– Eso es lo que nadie debe olvidarse nunca: ni más ni menos que estas lanzaderas.
– Tampoco se lo olvide usted.
– En este lugar, vale tanto la máquina como el tipo que la maneja –sentenció el hombre y ahora Manuel ya no sabía si se lo estaba diciendo a Sebastián o a él.
Ahora, la maquinaria está funcionando a pleno. Para Manuel terminó el momento de las explicaciones y se puso a trabajar a la par de Sebastián.
Todavía estaba un poco inseguro, pero la presencia del compañero junto a él lo tranquilizaba, más que intimidarlo.
Cuando faltaban veinte minutos para cortar, empezaron a llegar los del otro turno. Sebastián dejó de atender la máquina para charlar con cada uno de los que llegaban. Se hacían bromas mientras él se limpiaba los restos de aceite de la mano.
Al terminar su turno, Manuel atravesó los portones del galpón y se detuvo en la garita a esperar el colectivo. Tenía tiempo de encender un cigarrillo, lo saca del paquete al volver a oír la voz de Sebastián.
– Bueno, Manuel. Hoy aprendiste lo más importante para mantenerte en esta fábrica.
– Sí, estuviste muy claro. Atendí todas tus indicaciones.
– No hablo de lo que te expliqué yo.
– ¡Ah! ¿Algo que dijo el otro? No me di cuenta.
– Debiste estar atento. Habló para vos, más que para mí.
– Bueno, mañana si me animo, capaz que le pregunto.
– Mañana va a ser imposible. Hoy era su último día, la semana pasada lo despidieron.
– Entonces, mañana voy a pedirte que me lo vuelvas a explicar.
– Mañana no cuentes conmigo. A mí tampoco me vas a ver. Acá somos lanzaderas, Manuel.