La jerga del macho
«Escribir es escuchar» dice Rodolfo Walsh y escucha las voces de los obreros que sobreviven a los fusilamientos en 1956 en José León Suárez y escribe» Operación Masacre». Lo mismo se dice Sebastián González, nacido en 1985 en Gualeguaychú y pone el oído en las voces de un pequeño grupo de obreros rurales y escribe «Alambradores», novela ganadora en 2019 del codiciado Premio Fray Mocho. Y cuando digo codiciado no me refiero sólo al interés literario que despierta, a la posibilidad de la publicación del libro, sino también al hecho de que sus ganadores y ganadoras al cumplir 55 años y sin ningún otro requisito que haber ganado el Fray Mocho comienzan a cobrar una pensión vitalicia al mérito artístico.
«Alambradores» narra la historia de cinco hombres que se dedican a esta tarea en los campos entrerrianos. Un día, el patrón los lleva, los deja pero después no vuelve a buscarlos, tampoco tienen manera de comunicarse con él y están muy lejos de la ciudad. Deben convivir con lo poco que tienen y es ahí donde aparece lo mejor y lo peor de cada uno. Todo se tensiona como en los buenos relatos de Jack London y la jerga que los expresa se hace más hostil y exasperante. Alusiones constantes al cuerpo y a la sexualidad del otro permiten recuperar el vocabulario vivo, pícaro y grosero que mueve las mentes del macho en esas circunstancias. Hay un verdadero glosario en marcha, una recopilación de voces en uso que deleita a quienes sostenemos que la mejor literatura es la que dialoga con la vida. «Careverga», » bolazo», » vichijiando» entre otras voces y todas las metáforas callejeras que se refieren a los genitales masculinos y femeninos le dan verosimilitud a los diálogos de la espera que desespera.
Poco a poco crece la trama y pone en escena toda la violencia y el deseo de estos machos olvidados por un patrón que no regresa, que sin embargo está todo el tiempo presente en las obligaciones de estos obreros temerosos de perder su trabajo si se van del lugar.
Disfruté mucho de esta novela, como seguramente lo hizo el jurado y estoy más que seguro que ustedes, lectores, también.
Orlando Van Bredam, 2023
“Alambradores”
Capitulo I
El Fiero les partió la oreja de un bolazo. El patrón no apareció a buscarlos a las doce, tal como había prometido. El Rengo, que esperaba ilusionado primero, a rascarse el cuello y los hombros entró después, impaciente. Los que estaban ahí, meta mates, lo esperaban en silencio, aburridos, seguramente, o cansados de estar paleando desde la mañana.
El Fiero metió una mano en el bolsillito de la camisa de grafa y sacó el celular.
—¿Y entonces? -preguntó el Rengo- ¿Viene o no viene?
—Viene -dijo el otro. Guardó el celular y sacó un cigarrillo negro de esos que solo él solía fumar.
—¡Che, cuernudo, pasame un mate! -pidió el Mono levantándose del suelo y caminando hasta Ojedita que cebaba contra un árbol.
—Chist, chist -frenó el Rengo-, despacito que me toca a mí.
—Ni un mate he tomau yo -se defendió el Mono.
—Espere su turno m´hijo -dijo Ojedita.
—¿Así de apurau con todo sos vos? -preguntó Mojarra- ¡Faaaaaaa! No me quiero imaginar cuando la ponés.
—Eyaculiador precoz debés ser -dijo el Rengo y todos se rieron.
Habían dejado de palear a las doce menos cinco y estaban en la media hora de descanso, tomando mates y esperando. A las doce debía haber vuelto el patrón para meterlos a todos dentro de una camioneta y llevarlos a la ciudad. Cosas del gremio. Necesitaban gente para agitar un poco, para hacer un poco de ruido, como les había dicho e instruido el Gordo García, amo y señor del sindicato. Bah, del sindicato no, del sucuchito que tenían como sindicato, una covacha de tres por tres en donde lo único que parecía renovarse cada cuatro años eran las fotos de los presidentes de turno que pasaban por el gobierno nacional (siempre y cuando fueran del partido) y colgaban de las paredes desconchadas. Y allí estaban entonces, esperando. Y cualquier cosa los ponía alegres con tal de no estar reventando bajo el sol, abriendo la tierra reseca por la sequía que había azotado la región durante todo ese verano. El Fiero tiró lo que le quedaba del pucho y se pasó las manos por la camisa, de arriba hacia abajo.
—¡Ay, como está ella! -gritó uno- ¡Lo que va a ver a sus novias del sindicato!
—¡Alcahuete!-gritó otro.
—Ustedes saben que a mí no me importa el sindicato -se defendió el Fiero.
—¡Qué no! ¡Si vivís metido en esa ratonera, meta chupa y asado con la plata de los pobres!
—Voy porque tengo que ir, no porque me guste -volvió a defenderse.
—Callate, Fiero, vas porque te gusta lamberle el culo a los de arriba.
—Ustedes me eligieron como delegado -dijo el Fiero-.No sé por qué ahora me joden con el sindicato.
—Te elegimos porque no había otro y teníamos que elegir -dijo Ojedita.
—Además porque no servís pa´ mierda -pinchó el Mono.
El Fiero se acomodó las mangas de la camisa y volvió a pasarse las manos por el pecho.
—Y bueno… -dijo- jodansen.