FRAY MOCHO EN OJOTAS

CLAUDIO LENCINA: JUAN DE LA CRUZ (Y DE LAS SOMBRAS)

Llegamos a la segunda edición de "Fray Mocho en ojotas". Tras haber pasado por los textos de José Luis Pereyra, llega el momento de Claudio Lencina, otro ganador del Fray Mocho. “Culturalmente es una piedra fundamental para mantener vivas las letras y los escritores de nuestra provincia” declara, sobre el Premio.

Texto: Claudio Lencina | Ilustración: Diego Abu Arab
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– ¿Quién es Claudio Lencina?

-Bueno, nací el 17 de octubre de 1963 en Gualeguaychú. Mi papá, Mario, marino retirado que conoció a mi mamá Olga en Mar del Plata, ella era de Tucumán. Escribo desde que tengo memoria porque leo desde mucho antes.  Estudie periodismo en la ciudad de La Plata, en la vieja escuela de periodismo de la calle 44. He escrito poesía, cuento, alguna novela y teatro. Dirigí grupos de Teatro en Gualeguaychú Joven y coordino desde el año 1982 grupos estudiantiles de carrozas. Fui director y diseñador de la Comparsa O’Bahía, dirigí por seis años a «los muchachos de la barra» en el Corso Barrial y he sido jurado de los Corsos Matecito. Coordiné y fui director y dramaturgo del Grupo de Teatro Independiente «Marionetas» participando en nuestra ciudad. Fundé con amigos un grupo de Teatro de Títeres «Endebalde”, y realicé murales en la década del 80. En el año 2002 obtuve el Premio Anual Fray Mocho por «Juan de la Luz (y de las sombras)”, que presente en la Sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro de Buenos Aires.

– ¿Cómo fue que decidiste presentarte a los premios Fray Mocho? ¿En qué año fue?

-Estando en Rio Ceballos (Córdoba) en un encuentro Nacional de Teatro con mi grupo de Teatro «Marionetas”, presentando «El exilio (esa soledad tan habitada)», que yo mismo había escrito (porque los textos de las obras las escribía yo). Unos compañeros de Paraná que estaban presentes en la cena me comentaron que les había gustado mucho la obra y que la presente en la Convocatoria del premio «Fray Mocho» que ese año (2002) era de Teatro. Al regresar a la ciudad (trabajaba en la Dirección de Prensa municipal) me propuse hacerlo, pero solo me quedaban dos semanas. Entonces, tomé la decisión de escribir algo nuevo, algo que me gustara y que me imaginara en las tablas (como Rulfo cuando escribió Pedro Páramo). Pasaron los días y no se me ocurrió nada. Llamo a Paraná, a la Secretaria de Cultura de la provincia para preguntar más sobre las bases y quién me atiende termina por destrabar mi incertidumbre: «escribí la obra” -me dijo- “y le pones un seudónimo…que se yo, Juan de la Luz». ¡Chau nudo Gordiano! Ahí estaba la clave: en dos noches consecutivas (cuando la mamá de mis hijos concurría a la escuela nocturna), entre cambios de pañales de mi hijo Patricio, la comida y baño de Macarena y Julieta (mis otras hijas) escribí «Juan de la Luz (y de las sombras)».

– ¿Sobre qué trata esta obra?

-La obra se basa en el complejo de Sísifo (de la mitología griega, quien es condenado a  empujar una piedra hasta la cima y cuando va llegando, la piedra rueda hasta el principio y debe volver a comenzar) adaptado a nuestra región. Tiene dos partes, una onírica (de sueño) y otra de realidad. Juan Albarracín sueña con ser padre junto a su mujer ‘La Negra’, pero una y otra vez los contratiempos frustran su deseo. Se entrega al alcohol. Pierde el trabajo y es entonces cuando la mujer recurre a los remedios de una curandera, ‘Ña’Dolores’. En simultáneo Juan (que en sus sueños es Sísifo) hace un pacto con el Diablo a cambio del alma del hijo que va a nacer, a quien no debe bautizar. La obra pueden encontrarla en cualquier biblioteca de la ciudad, para saber el final.

– ¿La obra llegó a las tablas de un teatro?

-No, hasta ahora no se ha representado. Aunque he hablado con grupos de teatro de otras ciudades, pero no ha subido a las tablas todavía.

– ¿Cuál es el valor que le encontrás al premio Fray Mocho a nivel cultural?

-El premio es sin dudas el más importante a nivel de letras no solo de  la provincia, también del país. En mi convocatoria fue jurado Kartun por ejemplo. Culturalmente es una piedra fundamental para mantener vivas las letras y los escritores de nuestra provincia. Somos privilegiados en este sentido. En lo personal este premio te saca del anonimato y te vuelve visible, lo que presupone otro desafío: el de seguir escribiendo.

– ¿Cuál es el valor de la literatura en los tiempos que corren?

-Creo que vivimos un tiempo donde la literatura se va transformando en una herramienta fundamental para construir en palabras y con palabras la resistencia a una batalla cultural que nos interpela a diario. No es fácil que la gente se detenga a leer en un mundo de pantallas y de inmediatez. La novela «1984» de George Orwell fue premonitoria. A veces la realidad supera la imaginación ¿Qué haremos entonces? Escribir, escribir mucho. Escribir desde el corazón y poniendo el alma en cada palabra. De eso se trata, de no quedarnos quietos y de poner la palabra en movimiento. Eso molesta y es lo más revolucionario que nosotros los escritores podemos hacer.

«De eso se trata, de no quedarnos quietos y de poner la palabra en movimiento. Eso molesta y es lo más revolucionario que nosotros los escritores podemos hacer».


REGALO PARA LA MALA: “OJITO”

1

Frente al pelotón de mariposas y de pájaros, rodeado de flores, sabía que estaba por emprender un vuelo celestial y de repente recordó aquel día en el que conoció el aplauso. Fue una noche de enero con el calor pegajoso y el sudor recorriéndole la frente. A la tarde el sonido metálico y estridente de las chicharras no lo habían dejado pegar un ojo, como hoy que sin embargo ese ruido le sabía a música. Cómo un general de lentejuelas frente a un ejército de tambores fue trepando en el aire una mano mientras la otra vibraba en un palillo de madera inquieta sobre el parche de un redoblante dorado. Muchas veces recordaría esa noche en los años que siguieron por delante. Envuelto en un traje sin mayores estridencias el maestro produjo algo muy parecido a la magia. Sin dudas era un alquimista buscando sin saber la piedra filosofal que transforma todo lo que toca en admiración y respeto. El público hipnotizado comenzó a aplaudir y lo fue encerrando haciendo que su paso pareciera más un desfiladero de una caravana de gitanos o de circo. Muy pronto la melodía de un samba acompasado se fue enredando en los rostros hasta llegar a las manos que no podían dejar de batir palmas. Todos intuían que estaban siendo protagonistas de una leyenda, de una que recién comenzaba, pero que estaba destinada a la eternidad. Ahora envuelto en la serpentina del tiempo mientras una lluvia mansa de papelitos de colores se desprende del cielo, el Maestro esboza una sonrisa y cierra sus ojos para siempre. No se va porque siempre estará volviendo en cada carnaval cuando la batucada vuelva a traerlo una y otra vez y para siempre.

2

Mercedes era entonces una pequeña ciudad en las entrañas de un país pequeño, como de maravillas donde en el aire se respira un perfume de música, construido a la orilla de un río de aguas diáfanas. No era extraño que en ese universo de casas donde el eco del tiempo recorre las galerías llegara al mundo Rubén al que lo reconocerían como ‘el ojito’. Quizás fue el impulso de la poesía del rio Negro el que fue poblando la inspiración del maestro. La cosmovisión del paisaje que lo incorporo hasta no poder discernir con sano juicio donde empezaba el hombre y dónde la leyenda, como si ese umbral se volviera una quimera o un desafío. Allí creció, tambor y luna, el General de Lentejuelas. Pero su diálogo con la eternidad comenzó en una noche de carnaval no muy lejos de allí, en otra ciudad mágica. El maestro recordaría esa jornada hasta el último de sus días. Justamente una mañana de navidad, gris con el cielo encapotado, mientras el silencio de los festejos de la noche anterior se acurrucaba como un perro en un rincón, como en una caravana musulmana, el cortejo ingreso al campo santo, la viuda poseída por un extraño conjuro de amor eterno gritaba su nombre y desde un extremo se fue arrimando una orquesta de parches redoblando el ritmo de la batucada como una melodía póstuma. Al frente dibujando un pentagrama en el aire, el maestro hilvanaba un ritmo que desprendía pájaros de aplausos. La multitud gritaba «¡toque maestro!» y en la solemnidad de los panteones bailaban alegres los esqueletos. Una multitud de espectros azules y otra de brillos tornasolados surgió desde el corazón del cementerio y se confundió entre la gente. Viejo y sin gracia danzaba el escobero. Fue entonces cuando comenzaron a llover lentejuelas, como las del general, hipnóticas y con un ligero resplandor de luces hasta que regresó el silencio solo interrumpido por el murmullo de los pasos.