Y VOS MILLENNIAL ¿TE PENSÁS JUBILAR?

UN SISTEMA QUE NO DA PARA MÁS

Y VOS MILLENNIAL ¿TE PENSÁS JUBILAR?

En esta edición de La Mala y en medio del desastre de las jubilaciones, Agustina Díaz, docente en la diplomatura “Derechos humanos y el énfasis de la seguridad social como un derecho humano” del Centro Interamericano de Estudios de Seguridad Social de México, expone los desafíos de un sistema de seguridad social que parece quebrado y que en algunos años tendrá que contenernos.

Texto: Agustina Díaz

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Ilustración: Diego Abu Arab

Casi una década sostenida de pérdida del poder adquisitivo de las jubilaciones, empeoramiento de las condiciones de vida en los últimos meses, recortes en la previsión de medicamentos del PAMI, represión de las fuerzas de seguridad a las protestas, veto presidencia la la reforma jubilatoria (que significaba apenas una mínima mejora) con asado de festejo incluido, son algunas de las postales que ilustran el estado de situación de los adultos mayores en la Argentina. Estamos hablando de trabajadores y trabajadoras que han aportado a los sistemas contributivos o han trabajado sin poder aportar por encontrarse en la informalidad o hacer tareas (de cuidado) que la sociedad aún no reconoce económicamente.

A las claras está que la crueldad y el cinismo se han convertido en las herramientas fundamentales de la comunicación del gobierno. No podemos obviar que los recortes y ajustes impulsados bajo la consigna “la casta tiene miedo” no han hecho más que profundizar sus privilegios. Pero tampoco podemos dejar de señalar que este golpe a las duras condiciones de vida de las personas, hoy retiradas del mercado laboral, no parece importarle demasiado a nadie, menos aún a la población joven y adulta joven que ve la jubilación como un paso obligado, pero lo suficientemente lejano como para preocuparse ahora, en medio de la urgencia de en conseguir empleo formal, medianamente de calidad, con salarios que, en lo posible, superen la línea de pobreza.

Y aquí la pésima noticia: si el sistema previsional vigente hoy está totalmente en crisis para garantizar los derechos sociales básicos de personas que pudieron aportar en sistemas contributivos por décadas ¿se imaginan lo que sucederá en unos años con los y las “millennials” y “centennials” que hemos nacido en un mundo laboral flexibilizado, precarizado e informal y, por tanto, que a penas rasguñamos unos años de aportes previsionales?

UN SISTEMA QUE NO DA MÁS EN NINGUNA PARTE DEL MUNDO

El sistema previsional fundado en un sistema contributivo tiene más de cien años de antigüedad. Fue creado en tiempo de Bismark, luego modificado hacia la década de 1940 en Gran Bretaña, en aquellos tiempos de pleno empleo y trabajo formal industrial. Años en los que una gran masa de personas ingresaba en el mercado laboral alrededor de los 18 años, a través de empleos de larga duración. Seguramente algún familiar nuestro conserve esa medalla que, en la fábrica, en el comercio o en la repartición pública donde se desempeñaba le dieron cuando alcanzó 25 años de servicio.

Por supuesto, las desigualdades estructurales de las sociedades modernas dejaron excluidas a miles de personas de los sistemas contributivos. En América Latina las personas con discapacidad, los trabajadores informales (especialmente indígenas, campesinos y/o afrodescendientes) así como las mujeres, que además aún hoy tienen una enorme carga de tareas de cuidado no reconocidas por el mercado, se llevaron la peor parte. Sin embargo, lejos de resolverse, estas inequidades estructurales se profundizaron y se les sumaron nuevos desafíos difíciles de afrontar.

Aquel mundo de masas de trabajadores formales aportando a un sistema de protección social al momento de su retiro ya no existe. El mundo ha cambiado en la composición de su población, ha sufrido impresionantes transformaciones tecnológicas y ha modificado las reglas que rigen al mercado laboral.

““Aquel mundo de masas de trabajadores formales aportando a un sistema de protección social al momento de su retiro ya no existe””

La población del mundo está más vieja y no sólo en el viejo continente, hasta en América Latina (considerado el continente “más joven”)las tasas de fecundidad cayeron, pero también lo hicieron las tasas de mortalidad, a la vez que aumentó la esperanza de vida. Para el 2050 se espera que haya más de 450 millones de personas mayores de 80 años en el mundo… ¡450 millones!, mientras que por aquella década la generación millennials tendremos unos 50 años en promedio.

Desde ya, la mayor longevidad requiere de una comunidad que valore más la participación de los adultos mayores en distintos ámbitos de la vida social, cuestión que parece a contrapelo de la tendencia capitalista de darle valor sólo a lo que produce. Pero, además, la longevidad demanda un sistema de salud y de cuidados prolongados más apto, especializado y eficaz. Si hacemos una fotografía de lo que pasa en la actualidad respecto a los servicios de internaciones domiciliarias disponibles, los modelos geriátricos vigentes y los esquemas de cuidados no reconocidos económicamente, el resultado es desolador. De allí la urgencia de pensar en una transformación profunda del sistema de seguridad, pues, si ya es obsoleto, en dos décadas estará totalmente caduco.

EL TRABAJO JOVEN EN EL MUNDO

Sumaremos al diagnóstico algunas cifras deprimentes, no por mero regocijo, sino para entender lo urgente del planteo que excede a la Argentina, pero que la golpea especialmente. Según la Organización Internacional del Trabajo la tasa global de desempleo joven es del 13% y el mundo tendría que crear 192 millones de puestos de trabajo para alcanzar aquello que se conoció como pleno empleo.

En nuestro país, según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo publicados por CIPPEC, un cuarto de los jóvenes argentinos está desempleado y la tasa de desempleo en los jóvenes casi triplica a la de la población adulta en general. Por esta razón la Argentina cuenta con la mayor tasa de desempleo juvenil del Cono Sur.

Asimismo, el desempleo afecta más a los jóvenes que más necesitan trabajar: los provenientes de hogares de menores ingresos. Mientras el 26% de los jóvenes del quintil más bajo de ingreso es desempleado, solo el 9% de los jóvenes del quintil más alto está en esa situación. El género es otro predictor de vulnerabilidad laboral: el 25% de las mujeres jóvenes están desempleadas frente al 15,4% de los varones.

““Hasta hace algunas décadas trabajar duro garantizaba el acceso a la vivienda y a la mejora de la calidad de vida, hoy no””

Al desempleo se suma otra problemática: la falta de trabajos de calidad. Actualmente hay 145 millones de trabajadores jóvenes por debajo de la línea de pobreza y en el mundo en vías de desarrollo el 90% de los jóvenes están ocupados en empleos informales. Las nuevas tecnologías no han ayudado a resolver este problema, sino que parecen haberlo profundizado. Los empleos generados por aplicaciones y plataformas desarrolladas por grandes multinacionales han llevado a la fragmentación del trabajo y, en general, son de mala calidad por lo que suscitan serias preocupaciones acerca de la cobertura, la adecuación y la sostenibilidad de los regímenes de seguridad social.

Sin embargo, también es justo señalar que las nuevas modalidades de trabajo son, en muchos casos, preferibles para los jóvenes que no estarían dispuestos a aceptar las condiciones laborales que rigieron a sus padres. Internet, las redes sociales, las videoconferencias y los teléfonos celulares han facilitado la interacción y permitido flexibilidades laborales que son ponderadas por los jóvenes de las más diversas ocupaciones, como la posibilidad de trabajar en modalidad home office o prestar servicios como cadetes o choferes a través de apps que no fijan jornadas laborales de cumplimiento horario estricto.

Pero no es que los jóvenes de hoy sean “flojos” o “de cristal” y por eso no estén dispuestos a aceptar las reglas de juego a las que sí accedieron nuestros mayores a la hora de emplearse. Aquellas generaciones fueron testigos de una correspondencia entre esfuerzo y recompensa que hoy no existe. Hasta hace algunas décadas trabajar duro garantizaba el acceso a la vivienda y a la mejora de la calidad de vida, hoy no. En nuestros días la mayoría de los jóvenes y las jóvenes trabajan para pagar alquileres, servicios y alimentos con una magra capacidad de ahorro que impide soñar con el techo propio y otras cuestiones básicas.

¿ALGUIEN PUEDE PENSAR EN LOS MILLENNIALS Y CENTENNIALS?

La discusión acerca de la necesidad de transformación del mercado laboral y del sistema de seguridad social ha sido fundamentalmente promovida por los sectores liberales y pro mercado que quieren evitar que los privados y el Estado se haga cargo de las consecuencias de estos profundos cambios sociales y de las inequidades estructurales que se arrastran desde siempre. Estos sectores proponen un sistema contributivo que, claramente, es cada vez más excluyente y que hace caer sobre las espaldas de los trabajadores formales la sustentabilidad de un sistema que no da abasto.

Frente al estancamiento de los salarios reales, la transferencia de los beneficios del trabajo al capital y la aparición de megaempresas digitales que pueden trasladar con facilidad sus ganancias a un entorno fiscal más ventajoso, es fundamental ampliar la base de financiación del sistema de seguridad social a través de impuestos generales o con otras medidas de asignación de fondos. Obviamente, esto parece imposible en una Argentina gobernada por los topos libertarios infiltrados dentro del Estado, no para destruirlo, sino para ponerlo al servicio del “mercado libre”.

Pero aquí también cabe una crítica a las cúpulas sindicales que, por largo tiempo, han obturado debates necesarios para modificar las formas de funcionamiento de un mercado laboral en el que la mayoría de los trabajadores y trabajadoras están en la informalidad. Esos trabajadores no sindicalizados, que no aportan a las cajas previsionales ni a las obras sociales, han carecido de representación y voz en las centrales obreras y en los partidos políticos que tradicionalmente han representado los intereses populares.

A CADA CHANCHO LE LLEGA SU SAN MARTÍN

Estimados millennials y centennials: llegará el día en el que también queramos jubilarnos. Un día necesitaremos comprar remedios para vivir sin dolores, necesitaremos personas que nos cuiden amorosa y profesionalmente, necesitaremos lugares donde sentirnos dignos y activos, necesitaremos un sistema médico que no normalice padecimiento porque una persona “es vieja” y muchas otras cosas más.

Cuando llegue ese día demandaremos un sistema de seguridad social solidario, financiado de manera colaborativa por las contribuciones que hemos realizado, pero también por una sociedad que a través de los impuestos que recauda y distribuye el Estado. Un sistema más humano, eficaz, sustentable y equitativo que el que existe hoy.

Por esa razón tenemos que ser conscientes que estamos al horno, que el riesgo de quedar a merced de nuestra suerte es inmenso y que lo poco que queda en pie está siendo destruido por un gobierno cortoplacista y cruel.

Como dijo Homero en aquel icónico capítulo de los Simpson “Bart no quiero asustarte, pero el coco, el coco está en la casa» y va a comernos.