¿CÓMO LLEGAMOS HASTA AQUÍ?

TRABAJO, RECORTE HISTÓRICO Y EL GOCE DE LA DESTRUCCIÓN

El trabajo como actividad humana está en el centro de las preocupaciones y expectativas de nuestras vidas. Además, es un problema general que ha ido mutando con el tiempo. O, mejor dicho, con la historia. Propongo cinco momentos para pensar a grandes trazos su presente.

Texto: Ignacio Journé | Fotografía: Luciano Peralta
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UNO

Allá en el siglo XIX europeo las ciudades proliferan enfermizas, alrededor de talleres y fábricas. Tiempos de Revolución Industrial, de extenuantes jornadas de 16, 18 horas al ritmo de una palmaria sobreexplotación basada en el uso intensivo de la fuerza humana. El trabajo, por eso, era la negación de toda esperanza. Y era forzado, porque cada una de las personas que integraban aquella enorme masa popular y harapienta se veía sometida a una cotidiana, sencilla y terrible dicotomía: malvender su fuerza de trabajo o entregarse a las desventuras e incertidumbres del vagabundeo. Dos opciones igual de fatales.

El trabajo era entonces una actividad desrealizadora, machacadora de la vida. Los hombres, mujeres y niños ingresaban diariamente a una maquinaria atroz, en la que percibían concretamente la degradación de sus propios cuerpos, que, por cierto, con mucha suerte alcanzaban los 30 años de vida. Esa era la libertad humana en tiempos del trabajo como pura mercancía, “limpia” de derechos.

Se trataba, como dijo Karl Marx en sus conocidos Manuscritos económico filosóficos de 1844, de un trabajo alienado, es decir, de una actividad tan ajena que no le pertenecía al trabajador. El obrero “(…) no desarrolla ninguna energía física y espiritual libre, sino que maltrata su ser físico y arruina su espíritu. El trabajador sólo siente, por ello, que está junto a sí mismo fuera del trabajo y que en el trabajo está fuera de sí”.

Por ello, en este primer momento las luchas de los trabajadores, surgidas por la defensa de sus vidas, su salud y la pervivencia de sus familias, se organizaron contra el trabajo. Las esperanzas y las utopías de aquel movimiento obrero encauzaron entonces todo el pensamiento, la creatividad y las energías a trascender esa rústica y destructiva realidad que tenía como centro a la actividad laboral. A una explotación universal se le oponía así una hermosa idea, la de revolución universal, cuyo sujeto principal justamente serían aquellos que padecían (también universalmente) al trabajo alienado.

“Los hombres, mujeres y niños ingresaban diariamente a una maquinaria atroz, en la que percibían concretamente la degradación de sus propios cuerpos”

DOS

En el siglo XX las cosas cambian. Suena simplón, pero es un poco así. Cambiaron muchas cosas, entre ellas las relaciones entre el trabajo y el capital ¿Engranajes de la historia? ¿progreso de la razón? ¿filantropía patronal? No. Lo que transformó el trabajo e inauguró nuevas realidades (y problemas) fueron las luchas obreras, los grandes conflictos, los cambios tecnológicos y, por qué no, cierto pavor de las clases altas, sus propios fantasmas.

Argentina recorrió ese andarivel. Con sus propios tiempos.

El movimiento obrero nacional, desde sus expectativas más cotidianas y urgentes, luchó por reducir la jornada laboral, limitar el trabajo de mujeres y niños, tener días de descanso. Poco a poco logró salir del asedio, experimentó el bienestar y hasta alcanzó a integrarse al consumo.

Fue forjando derechos alrededor del trabajo hasta hacer del mismo trabajo un derecho. En la Argentina industrial de mitad de siglo XX la actividad laboral pasó entonces de ser puro padecimiento a ser una promesa de progreso, de seguridad, de futuro. Con la expansión de los derechos sociales, en el marco del proyecto de desarrollo nacional del peronismo, el trabajo se convirtió en una herramienta efectiva para la inclusión, la realización personal y la movilidad social. Adquirió así nuevos sentidos: las luchas pasaron a ser para el trabajo. Y en ese camino la clase obrera no resignó su experiencia ni su identidad proletaria, sino todo lo contrario, las potenció. Trabajo y dignidad se tramaron en la idea de justicia social.

“En la Argentina industrial de mitad de siglo XX la actividad laboral pasó entonces de ser puro padecimiento a ser una promesa de progreso, de seguridad, de futuro”

TRES

Último cuarto de siglo XX. Globalización, deslocalización y restructuración productiva. Hablamos de un cambio mundial de modelo de acumulación que trastocó la relación capital/trabajo. Cambio que no resultó de un impulso autónomo del avance tecnológico o de las comunicaciones, sino que, como siempre, emanó de los antagonismos sociales.

El capitalismo se desproletariza, desciende la relevancia proporcional de clase obrera en la composición de la fuerza de trabajo total y surgen nuevas formas de subcontratación (parcial, temporal, precaria). La clase obrera se fragmentó y el trabajo manual se descalificó.


Marcha universitaria nacional, octubre de 2024; Gualeguaychú se movilizó en forma contundente, llenando las calles del centro de la ciudad


Con ello, las sociedades pasaron a funcionar con desempleo estructural, es decir, con una amplia masa de personas que no cuenta con empleo regular y que ni siquiera opera sobre el mercado para tensar los costos de mano de obra hacia la baja. Los desocupados desaparecen del horizonte laboral. El trabajo se vuelve un objeto incierto.

Argentina transitó el neoliberalismo, dictatorial en un primer momento, democrático luego. Los resultados: desempleo superior al 20%, indigencia, pobreza y exclusión, que llevaron al colapso del 2001. En ese desierto, las luchas de los trabajadores pasaron a ser por (algún) trabajo, pero ya sin augurar esperanzas. Se retornó a aquella penosa relación con la mera supervivencia como en el siglo XIX, pero sin abrigar promesas de revolución universal. 

“El capitalismo se desproletariza, desciende la relevancia proporcional de clase obrera en la composición de la fuerza de trabajo total y surgen nuevas formas de subcontratación (parcial, temporal, precaria)”

CUATRO

Inicia el siglo XXI. Argentina está herida, pero no es un paisucho sin memoria. Se activan las experiencias organizativas y productivas de un país que supo ser industrial.

Entre 2003 y 2015 el trabajo recuperó su centralidad en la organización de la vida, y junto a la universidad pública, ordenaron las expectativas y esperanzas de movilizad social. Pero el ciclo se interrumpe pronto con el retorno del liberalismo económico y el capital financiero.

“Entre 2003 y 2015 el trabajo recuperó su centralidad en la organización de la vida”

CINCO

2024-2025. Gobierna Javier Milei ¿Y qué pasa? La afrenta es directa, pero también es distinta. Gobierna el capital, pero hay algo más ahí, porque la apuesta libertaria no es sólo contra el trabajo, sino contra la economía nacional como sistema.

¿Es la sobreexplotación directa e intensiva o más bien la destrucción de oportunidades de explotación lo que lo guía? ¿Se trata simplemente de generar desocupación para bajar el costo de los “recursos humanos” o sólo asistimos a un ejercicio de violencia clasista indiscriminada?

El anarcocapitalismo que conduce Milei trae quizás la novedad de estar operando una mentada destrucción de trabajo y de sectores del capital, como doloroso medio para la desarticulación de la economía nacional como sistema y, por ende, para el sometimiento absoluto y definitivo de todos sus elementos (precios, bienes, recursos, moneda, relaciones de producción, comercio, etcétera) a la dinámica global del capital.

“Los padecimientos de la explotación y el hambre simplemente suceden como fatalidades sin remedio y ya no se leen como injusticias”

En la utopía anarcocapitalista el trabajo ya no desrealiza ni destruye como en el siglo XIX, mucho menos integra ni promete progreso como a mitad de siglo XX. Tampoco se vincula necesariamente a la antigua y rústica supervivencia. El trabajo desaparece, ya no es un problema social. Los padecimientos de la explotación y el hambre simplemente suceden como fatalidades sin remedio y ya no se leen como injusticias. Los eventuales conflictos nacen y mueren sin contexto ni sentido. Una sociedad habitada por seres hundidos en su hacer, en su sacrificio. Las luchas no deben tener trabajadores ni trabajo.

Y, por cierto, en ese dolor instrumentado creo que hay un plus, un elemento puramente ideológico o, hasta emocional, que no se explica por la búsqueda racional de la ganancia capitalista. Milei expresa de manera grotesca el goce perverso de la destrucción. Pero va más allá de él. Quizás se deba a que no sólo nosotros tenemos memoria, sino que también las clases dominantes la tienen y están tomando su revancha.

Veremos qué pasa.