SER ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO: ENTRE EL COMPROMISO Y LA INDIGENCIA

UN MERCADO QUE EXPULSA

SER ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO: ENTRE EL COMPROMISO Y LA INDIGENCIA

En esta tercera entrega, desde Laboroscopio ponen el acento en la realidad que atraviesan las y los acompañantes terapéuticos en nuestro país, concretamente en Entre Ríos. Berenice tiene 29 años, es universitaria, pero lo que gana no le alcanza siquiera para pagar la matrícula. “Me preocupan las huellas que estas situaciones pueden dejar a futuro. Lo veo como profesional, pero ahora también lo veo como paciente”, dispara.

Texto: Laboroscopio

Ilustración: Diego Abu Arab

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En nuestro país el Acompañamiento Terapéutico surgió en los años 60, en el campo de la salud mental. Pero recién con el cambio de varios paradigmas tomó la denominación actual. La profesión es fundamental en la vida cotidiana del paciente, ya que implica que un/a profesional se incorpore de forma ambulatoria en distintos ámbitos, como la escuela, los paseos, la casa de la persona o el hospital.

Actualmente, en nuestra provincia hay 502 personas habilitadas para ejercer la profesión, según el registro del Colegio de Acompañantes Terapéuticos de Entre Ríos. Esta institución, además, creó en 2022 la Fórmula del Monto Mínimo Ético de Acompañamiento Terapéutico (MEAT). A pesar de que este monto debería ser de $8.000, las y los acompañantes solo reciben entre $3.000 y $3.500 por hora.

La realidad es aún más complicada con el Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos (Iosper), donde los honorarios son abonados a los 60 días. Aun así, muchos profesionales se sienten “atados” y se ven obligados a continuar su labor bajo estas condiciones de precarización laboral, ya que entienden que no pueden abandonar a sus pacientes de un momento para otro.

“MI VIDA, TAL COMO LA CONCEBÍA, YA NO ESTÁ MÁS”

Oriunda de Ibicuy, Berenice (29) se mudó a Concepción del Uruguay para estudiar la Tecnicatura en Acompañante Terapéutica (AT) y, aunque hace algunos años que se recibió, sigue eligiendo esa ciudad para vivir. Trabaja en su profesión, de manera independiente. Es monotributista y cuenta que está facturando, pero sus ingresos no le alcanzan para pagar el monotributo y, por ese motivo, hace algunos meses que no tiene obra social.

“Esta es la primera vez que, por un cuadro de stress, paso por el área de salud mental del hospital. También es la primera vez que recurro a la farmacia (del hospital) porque me recetaron medicamentos”, cuenta. Antes los podía cubrir con sus ingresos, pero hace unos meses que no llega.

“Actualmente, en nuestra provincia hay 502 personas habilitadas para ejercer la profesión, según el registro del Colegio de Acompañantes Terapéuticos de Entre Ríos”

Antes de avanzar con las preguntas, Berenice hace una confesión: cuenta que debería estar pagando, además del monotributo, un seguro para ejercer y una cuota mensual al colegio en que se encuentra matriculada. El primero es indispensable, dado que es una cobertura para trabajar en exteriores; el segundo es la habilitación de la matrícula.

Dado que no puede afrontar esos gastos, recibió una notificación de baja del colegio por la deuda acumulada. Como si esto fuera poco, las y los profesionales del sector también abonan una cuota de ATER. Es por ello que Berenice califica a su profesión como “insostenible en estos momentos”, sobre todo si tiene que trasladar esos costos a las familias que la contratan.

Entiende que su actual cuadro de stress “tiene que ver con cuestiones particulares”, pero se ve agudizado por la inestabilidad laboral en la que se encuentra: “no me estaría pasando si yo no me hubiera quedado sin casa”, comparte y larga una carcajada que opera como vía de escape al desconsuelo, ya que, al momento de la entrevista, acababa de entregar la casa donde vivió durante diez años, para mudarse a la casa de su novio.

“No poder hacer un deporte, la deuda con las tarjetas, con el monotributo, con el colegio (…) dije: listo no puedo pagar más el alquiler”. Aquella mudanza no fue resultado de una decisión meditada, sino la solución a un problema habitacional, producto del deterioro de su situación económica. Esta nueva dinámica modificó varios de sus hábitos. Las distancias que ahora la separan de los lugares que frecuenta son mucho mayores, teniendo que hacer grandes trayectos en bicicleta para poder llegar a sus trabajos. Esta situación, producto de la crisis económica, la tiene agotada: “Todos los problemas que tengo de estrés están relacionados con la falta de laburo, no con el exceso”.

Ocho meses atrás, las cosas eran diferentes. Había tomado la determinación de no trabajar más como AT en escuelas, debido a los bajos salarios que se ganan en relación a la carga laboral que implica. Sumado a eso, de diciembre a marzo, durante las vacaciones, no le corresponde cobrar. Esta decisión implicó continuar la profesión de manera independiente, “en negro” y cobrando por día.

Cuando evaluó esta opción el panorama era otro y, aunque no comulga con las ideas del libre mercado, la promesa de estabilidad económica parecía convertirse en cierta.
Transcurrido unos meses, el deterioro de las economías familiares contradijo aquella esperanza, teniendo que recortar gastos para llegar a fin de mes. Esto tiene un impacto directo sobre el trabajo de Berenice, que se vio reducido por el recorte presupuestario de las familias, generando incertidumbre en sus ingresos y la imposibilidad de planificar a mediano plazo. De esta manera, desde hace unos meses, se le “fue haciendo mucho más difícil sostener con ese dinero la vida cotidiana que implica ir al súper y pagar un alquiler. Y fui endeudándome con la tarjeta”, cuenta.

Al haber renunciado al trabajo en escuelas y rehusarse a la explotación a la que la somete el sistema de obras sociales, ahora solo trabaja directamente con las familias; esto hizo que su jornada laboral se reduzca a apenas 7 horas semanales. Es lo que las estadísticas denominarían una subocupada, ya que quisiera, pero no consigue, otro empleo. Por otro lado, cobra por debajo de lo que le corresponde, la actividad se encuentra muy precarizada.

“Todos los problemas que tengo de estrés están relacionados con la falta de laburo, no con el exceso”

SUEÑOS TRUNCADOS

A pesar de que los tiempos nos obligaron a apelar a los recursos tecnológicos para encontrarnos, la atmósfera que se genera en esta entrevista es de mucha calidez. Su relato grafica la realidad de muchas y muchos jóvenes que ven truncados sus sueños. ¿Cómo no caer en un proceso de estrés cuando tu cotidianeidad se derrumba?

Más allá de su presente económico y de que estudiar la tecnicatura no fue la primera elección, Berenice reconoce que su carrera le gusta. “Es un dispositivo que funciona”, dice la profesional que aflora de adentro, en un cambio repentino de actitud y tono de voz. Reconoce que disfruta trabajar con personas y ejercer la profesión, pero confiesa: “me es insostenible a nivel dinero”.

Resulta ineludible introducir la perspectiva de género en esta charla, no solo porque el desempleo afecta más a las mujeres jóvenes que a los hombres de su misma franja etaria, sino también porque en su profesión hay sobre representación de mujeres y está muy asociada a las tareas de cuidado.

Si bien no cuenta con estadísticas formales, su experiencia en la facultad basta para corroborar lo que detectan estudios realizados a nivel nacional: sabe de un solo chico trans que cursó la carrera y ha trabajado con 4 o 5 hombres cis, el resto todas mujeres cis. Al ahondar en estas razones, reconoce no solo una precarización producto de la falta de reconocimiento del aporte a la economía que implican estas tareas (según datos oficiales el sector de cuidados aporta un 16,8% del PBI) sino también lo que describe como “una cuestión política (…) en el sentido más estricto”.

El colegio se conformó hace poco tiempo “por lo que recién se está construyendo su legitimidad”, reconoce, “y en el armado de convenios hay una puja entre cuáles son los beneficios que se gestan y cuáles no. Hay convenio para trabajar con Iosper, pero ese convenio estipula honorarios por debajo de lo que el mismo colegio define que hay que cobrar”.

Berenice entiende que, aunque sea un trabajo en apariencia independiente, no es ella quien pone las condiciones de contratación porque el “tipo de convenio entre las instituciones implica condiciones laborales, y quedas ahí en el medio”, evaluando si conviene o no trabajar bajo ese acuerdo. Asimismo, reconoce que en su caso, elige no hacerlo, pero eso implica trabajar con familias que puedan abonar directamente la prestación. “¿Qué familia tiene para pagarte mensualmente $400.000?”.

Contrariamente a la idea del mundo adulto sobre la relación entre juventud y empleo, se enoja con el mensaje de que los jóvenes “o no queremos trabajar o estamos pensando todo el tiempo en los beneficios, desde mi punto de vista, hay una idea de que el acuerdo sea par: si yo te estoy dando mi fuerza de trabajo, vos me tenés que pagar lo que corresponde, y si eso no me sirve, no tengo porqué quedarme”.

Su situación actual le hace creer que los años de estudio “no sirvieron para nada” en términos de garantizar empleo y salario dignos. Hoy cuenta con dos títulos universitarios y aun así no logra encontrar un trabajo que le permita sostener aquella vida que tenía un par de meses atrás. Con tristeza menciona una frase que dimensiona la crueldad de la situación macroeconómica que castiga a las y los jóvenes con casi el doble de desocupación (alrededor de 15 puntos) que el promedio general de la población (7,6%): “Mi vida tal como la concebía, ya no está más”.

“Al hablar de su futuro próximo, Berenice no es optimista, por eso la decisión es cambiar de profesión. Ya no busca trabajo en su área, se vuelca a tareas de atención al cliente, administrativas o de recepción”

“Si hay algo con lo que no estoy de acuerdo es con la forma de gobernar actual (..) ni con la mano libre del mercado”, dice, pero reconoce que no todos los males comenzaron a partir de diciembre y recupera su recorrido académico para pensar en voz alta: “qué pasa con el Estado que define los programas de educación, que pone el presupuesto en las facultades, que diseña las currículas, qué pasa con esa inversión que después no se ve proyectada a futuro. Estás dándole educación a un montón de personas (…) y después no hay vacantes para la masa de trabajadores que se vuelcan al mundo laboral”.

Al hablar de su futuro próximo, Berenice no es optimista, por eso la decisión es cambiar de profesión. Ya no busca trabajo en su área, se vuelca a tareas de atención al cliente, administrativas o de recepción. Hace unos meses mantenía todavía la idea de que “algo iba a salir” pero el tiempo pasa y no ha recibido respuestas. Proyectándose hacia fin de año, cree que hay muy pocas posibilidades “de que mi situación mejore”.

Berenice vive lo que Wos, el músico argentino, denuncia sobre la meritocracia en su canción Canguro: “sin oportunidades, esa mierda no funciona”. “El esfuerzo que estoy haciendo por estar más o menos estable no lo hice nunca antes, así que no me pueden hablar de esfuerzo”, lanza. Tiene su vida dada vueltas e inevitablemente todas sus certezas empiezan a tambalear. “Tendría que haber pensado que las obras sociales no me iban a pagar”, dice, sobre su elección universitaria, y se ríe.

Nuestra charla termina con una reflexión que deja un sabor amargo si tomamos conciencia de que puede ser la voz de esa estadística del desempleo creciente entre las y los jóvenes: “es momento de tender redes, pero lo preocupante para nuestra generación es que esas redes no son suficientes y eso es lo angustiante. En mi grupo de amigos, todos estamos en la misma. Entonces es muy difícil sostener no solo desde lo económico sino también desde lo emocional. Me preocupan las huellas que estas situaciones pueden dejar a futuro. Lo veo como profesional, pero ahora también lo veo como paciente”.

captura de pantalla

Los principios del cuidado (Rob Burnett, 2016)

Es una bella comedia dramática y es una road movie también. La película cuenta la historia de un escritor en crisis, Ben, devenido en acompañante, y Trevor, un joven con distrofia muscular.

Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002)

La película explora la relación entre Benigno, un enfermero solitario, y Alicia, una joven bailarina en coma. En el medio de la peli aparece Caetano Veloso haciendo una versión hermosa de Cucurrucucu Paloma.

Mar adentro (Alejandro Amenabar, 2004)

Ramon lleva 30 años de tetraplejía durante los cuales Rosa y Julia, dos de sus cuidadoras, han sido un pilar emocional fundamental. Basada en hechos reales, la peli se quedo con el Oscar a mejor película extranjera.