RÍO ADENTRO

PARANÁ Y LOS CAMPESINOS DEL AGUA

En el marco del trabajo articulado entre La Mala y el suplemento Tiempo Rural del diario Tiempo Argentino, nos adentrarnos en el mundo de la pesca artesanal. En esta entrega, la historia de Puerto Sánchez.

Texto: Agustina Díaz | Fotografía: Emiliano García
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Cada año, las fiestas provinciales del surubí, del armado y de la boga congregan en distintas localidades de Entre Ríos a los aficionados de la pesca alrededor de una tarea que sostiene la economía de decenas de familias en las ciudades de ambas costas y, también, de algunas localidades ubicadas sobre los afluentes internos.

Se trata de la pesca artesanal, un trabajo físicamente exigente que consiste en sacar del río el “pan del agua” y comercializarlo para que llegue a los hogares y a los restaurantes más distinguidos que reciben al turismo interno.

Quizás ninguna otra actividad productiva familiar sea tan definitoria de la identidad y la cultura litoraleña como la pesca artesanal. La vida de los pescadores, sus familias y el paisaje ondulante del río se imprimen en las más bellas canciones folclóricas de artistas como Ramón Ayala, Teresa Parodi, Jorge Fandermole, Raúl Barboza y Aníbal Sampayo.


Pero detrás de esa poesía conmovedora está la vida de quienes trabajan para ganarse el sustento en una tarea que exige muchas horas, poco descanso, batallar contra las duras inclemencias naturales (enjambres de mosquitos, heladas, tormentas y crecientes) y, después, contra quienes compran la mayor parte de lo recogido. Al mal pago se suman los problemas de todo trabajador de la economía informal: la falta de cobertura social y la desprotección en la vejez.

Es la propia solidaridad de los pescadores la que reemplaza el rol que debería ocupar el Estado, tanto en la adversidad como en el incentivo para que la pesca artesanal, como forma de agricultura familiar, siga existiendo como actividad productiva, como identidad cultural y como mecanismo de preservación ambiental.

SE DESPIERTA PUERTO SÁNCHEZ

Sin lugar a dudas, Puerto Sánchez es el mayor símbolo de camaradería y resiliencia de las familias pescadoras. Se trata de un barrio humilde, ubicado entre el antiguo puerto de la ciudad de Paraná y el conocido balneario Thompson, que nació como un asentamiento en la década de 1940.

Sobre la empinada barranca, a metros del agua, se alzaron casitas que acunan a las familias pescadoras que amarran a metros de sus frentes las canoas y botes. Devenido en un pintoresco polo gastronómico, la única calle angosta de Puerto Sánchez hoy alberga ocho pescaderías, 12 comedores, 15 puntos de venta de empanadas y milanesas de pescado y a unas doscientas familias ribereñas.

Mariana Ríos, descendiente de Julio Enrique Sánchez, uno de los primeros pobladores del barrio, nació, vive allí y fue una de las promotoras de “abrir” el barrio al resto de la comunidad.


“Lo que es hoy un paseo gastronómico comenzó luego de la gran creciente del 2016. Puerto Sánchez quedó devastado, muy pobre, muchos pescadores con sus herramientas rotas o deterioradas. Nos propusimos hacer una feria para un fin de semana de vacaciones de invierno y fueron algunas pocas familias las que se animaron a elaborar comidas y poner un puesto. Pero fue un éxito, así que seguimos otro fin de semana, luego otro. Se sumaron más puestos y, de a poco, se fueron poniendo mesas y sillas para el público, el que podía. Todo sacaban de las casas los platos, los cubiertos, las sillas. Así también se fueron haciendo los primeros quinchos y luego ya se empezaron a instalar los comedores grandes”, comenta Mariana con orgullo.

“Acá se pesca dorado, surubí, amarillo, manduví, patí, armado y moncholo, según lo que haya en la temporada. La mayoría se entrega a las pescaderías y un porcentaje a los grandes comedores. El precio que se paga nunca es justo, teniendo en cuenta el costo de las herramientas, las embarcaciones, los insumos, los riesgos y el sacrificio de la hora hombre que se invierte para lograr su pesca. Por esa razón es que se ha incentivado al pescador y su familia con que se quede con un porcentaje para elaborar sus productos, los que ofrecen en sus quinchos o puestos de venta, dándole valor agregado, haciendo parte a toda la familia”, relata, en diálogo con La Mala.


Pero el precio arbitrario que fijan los acopiadores que luego revenden a cuatro o cinco veces el valor de la presa que compraron por monedas no es el único problema que enfrentan los paisanos del agua, el daño ambiental lapida la base de su sustento y pone en riesgo, junto con la biodiversidad, una forma de vida.

El avance de la frontera productiva por la sojización ha empujado a la ganadería a zonas bajas, a humedales e islas que se habían conservado vírgenes, formando una frontera ecosistémica que hoy está toda perforada. La dantesca imagen de las islas convertidas en fuego y cenizas también es el monstruo al que le temen los pescadores que observan, impotentes, la destrucción del paisaje que les da identidad y sustento.

“Hay zonas de islas que han ido cambiando su fisonomía y se han perdido lugares de pesca -continúa Mariana-. Hay especies como el pacú y el sábado que en nuestra zona ya casi no se ven. Las quemas de las islas, hace que algunos frutos qué el pescador utiliza como carnada, desaparezcan. La gran bajante sostenida por tantos años ha generado que se pierdan los arroyos y lagunas donde se podía conseguir otras especies. El avance del cultivo de soja hace que las islas sean arrendadas para el ganado, por lo que muchas veces el pescador no tiene acceso a esos lugares donde tiene mayor posibilidad de obtener buena pesca”.

LO QUE EL RÍO DA, EL RÍO QUITA

La relación íntima de los pescadores con el río es difícil de entender, explicar y describir para quienes la vemos desde afuera. Es el río el sustento económico y espiritual de las familias, pero, también, quien los amenaza y en ocasiones los golpea.

La historia de Juan José Páez es un ejemplo de ello. En el año 2022, Juan José, un joven de 18 años, se fue a pescar sólo porque su padre estaba enfermo desde hacía unos días y en su casa comenzaba a faltar dinero para comer. No regresó jamás. Por un mes, todos los pescadores del Paraná recorrieron las costas, se metieron entre las islas y revolvieron los ramajes en búsqueda de su cuerpo. Las procesiones en el barrio, encabezadas por la advocación de la virgen de Luján, acompañaron la búsqueda ininterrumpida de los pescadores que se extendieron por mucho más tiempo que lo que destinaron las autoridades locales. Los restos de Juan José aparecieron y fueron despedidos por todo un barrio, que lo sufrió como a un hijo colectivo. “El río te va a extrañar”, escribió Mariana aquel día en su Facebook. El mismo río que le había quitado la vida.


El caso de Juan José, que no es una excepción, expuso la precariedad laboral a la que están expuestos los pescadores, la mayoría de ellos sin instrucción necesaria para sortear las dificultades y las contingencias propias de la tarea que realizan. El estado de los botes, la falta de herramientas, la ausencia de elementos de seguridad y la convivencia con las grandes embarcaciones son una peligrosa constante en los trabajadores del río.

Sin embargo, la presencia del Estado en la promoción del derecho al trabajo seguro es cada vez menor. Así como el Estado se ha mostrado impotente para prevenir el daño ambiental y castigarlo, también ha sido insensible frente a los serios problemas de las familias.

Sólo en el período 2004-2015 Argentina asistió a un proceso de institucionalización de la agricultura familiar a partir del desarrollo de una serie de políticas públicas que involucraron a las carteras de Economía, Producción y al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). El despliegue territorial y la capilaridad en la instrumentación de los proyectos alcanzados fueron paulatinamente abandonados a partir de la presidencia de Mauricio Macri, teniendo como corolario el cierre de oficinas públicas, los despidos y el fuerte recorte presupuestario durante lo que va de la gestión de La Libertad Avanza.

Frente al desguace, el gobierno provincial de Rogelio Frigerio no sólo carece de políticas destinadas a la agricultura familiar, sino que ha profundizado el camino de riendas sueltas a los grandes productores sojeros, en línea con la política productiva sostenida por su antecesor, Gustavo Bordet, y otros.


Con inmensos esfuerzos, injustamente mal reconocidos, cientos de familias viven con el ritmo que les marca el caprichoso curso de las aguas. Ellos, campesinos del río, sostienen una forma de vida en la que se revela parte de nuestra esencia cultural y son guardianes de una naturaleza acechada y herida de muerte.

Entre el amor por su trabajo y el dolor que signa la pobreza, se dirime la existencia de entrerrianos y entrerrianas que hacen honor al nombre que lleva nuestra tierra. En palabras de Mariana: “Lo más lindo del oficio es el contacto directo con la naturaleza, también el compañerismo y la solidaridad entre pares. Lo más duro es soportar los fríos, los vientos y las tormentas, los peligros de las islas, los grandes calores, los mosquitos… y, a veces, no conseguir el sustento. Es muy angustiante volver a casa con las manos vacías”.


captura de pantalla

reflejo de un pescador (B. Delgado, L. Cavallotti, 2022)

Un pescador y su río, una historia de amor, lucha y respeto. Entre aguas que fluyen y recuerdos que quedan, él se prepara para el gran desafío: el campeonato de pesca del surubí. No es solo una competencia, es un ritual, un vínculo profundo con el agua.

el viejo y el mar (J. Sturges, H. King, F. Zinnemann, 1958)

Un hombre, el mar y una batalla épica. Solo en su bote, un viejo pescador enfrenta al pez más grande de su vida, desafiando su propia resistencia. No es solo pesca, es orgullo, perseverancia y respeto por la naturaleza. Las olas golpean y el sol abrasa, él sigue firme. Rendirse nunca fue una opción.

días de pesca (C. Sorin, 2012)

Un hombre, un viaje y una búsqueda silenciosa. Recién salido del alcoholismo, se lanza al sur argentino con la pesca como excusa, para reencontrarse con su hija, y consigo mismo. Entre paisajes fríos y diálogos escasos, cada lanzamiento de caña es un intento de recuperar lo perdido.