Alrededor de dos mil familias entrerrianas viven de la pesca artesanal en Entre Ríos, una actividad antigua, silenciosa y, sobre todo, paciente… y no sólo para esperar el pique de una presa. En el curso de agua entrerriano donde la actividad se desarrolle, sus artífices hacen frente a los desafíos naturales y al mal pago de los acopiadores.
En la ciudad de Concordia, desde hace más de treinta años se desarrolla la Fiesta de la Boga, que convoca a cientos de aficionados de todo el país. Incluso, en el marco de su amplia agenda, hay una competencia de pesca de mojarritas para la gurisada como forma de transmitir la pasión por la actividad. Pero, más allá de la agenda turística, cada día, los 365 días del año, hay familias que miran las aguas con ojos pedigüeños, porque de la generosidad del caudal depende el plato de comida de sus mesas.
Edgardo José Rodríguez es uno de esos tipos costeros de manos curtidas, que aprendió las “mañas” del río siguiendo los pasos del oficio de su padre. Con espinel o caña, saca del ancho Uruguay bagres, dorados, patíes, surubís y bogas. Lo que pesca con su familia lo lleva a su casa para “procesarlo” (despinarlo y hacer picada) y después venderlo.
“Soy pescador desde chiquito. Mi papá me llevaba de gurí y me cagaba a pedo para que aprenda todo. Así que tuve que aprender. Y en mi familia, además de nosotros, a veces va mi cuñado y mi novia cuando está el tiempo lindo. Pero la Anto sabe todo de la pesca y pesca lindo. Además, trabaja en la cocina y fuera de horario de comedor vende el pescado fresco y carnada”, dice, en diálogo con La Mala.
La mayoría de la pesca tiene por destino grandes pescaderías, otro porcentaje es para el comedor Pal’Río, que depende de la Asociación de Pescadores Artesanales de la Zona Sur a la que pertenecen, y lo que queda (una pequeña cantidad) se vende a clientes particulares.
“Las pescaderías te pagan lo que ellos quieren, vos no podés poner el precio, lo ponen ellos. Afuera lo podés vender un poquito más”
“Las pescaderías son a las que más le vendemos, te compran por bolsada, por muchos kilos. También proveemos a lo que es nuestro restaurante cultural y popular Pal’ Río, que es de la asociación y está en la costanera. Pero las pescaderías te pagan lo que ellos quieren, vos no podés poner el precio, lo ponen ellos. Afuera lo podés vender un poquito más. O cuando te vas para el lado del centro a ofrecer el pescado fresco, ahí le sacás más”, explica Edgardo.
Pero el mal pago, tan normalizado y frecuente para quienes trabajan con la tierra (y el agua) no es el único problema que enfrentan las familias pescadoras concordienses. Desde hace algunos años la mortandad de peces por la contaminación de las aguas amenaza su forma de vida.
Al respecto es importante subrayar que Entre Ríos es una de las provincias con más superficie cultivada con soja y uno de los territorios que a nivel nacional menos conserva monte nativo. Además, ahora la administración política se vanagloria de contar con una normativa regulatoria del tratamiento de los “paquetes tecnológicos” (agrotóxicos) más laxa.
Parte de lo que se fumiga es arrastrado por las lluvias que corren velozmente por tierras arrasadas y termina en el río. Edgardo, con tan sólo veinte años de edad, ha sido testigo de la degradación ambiental: “en los arroyos es lo peor, tiran químicos y matan todo, es terrible de ver. Lo que usamos de carnada, todo matan. El pescado desova dentro de los arroyos, así que si matan la vida del arroyo los peces no llegan al río o llegan muchos menos.”
A la contaminación por químicos se suma la modificación del caudal natural del río que, desde la gran inundación, afectó irreversiblemente a la vieja ciudad de Federación, cuando se construyó la represa Salto Grande. Una obra cuyas consecuencias nunca fueron claras, como tampoco lo ha sido la administración multimillonaria de sus fondos.
Las aguas de Salto Grande fueron noticia nacional hace unas semanas atrás, cuando se vieron las imágenes de carpinchos saliendo de las aguas teñidos de verde flúor a causa de las cianobacterias que lo afectaron. Falta de tratamiento de desechos cloacales, fertilizantes y destrucción de humedales son los ingredientes perfectos para la proliferación de las algas verdesazuladas, que pueden ser peligrosas para fauna y para los seres humanos.
La Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) se limitó a alertar a la población acerca de los riesgos de entrar en contacto con dichas algas, pero nada más se sabe da la calidad de las aguas de las que dependen no sólo los pescadores sino cientos de miles de personas de uno y otro lado del río.
EL RETROCESO ESTATAL
En el período 2004-2015, en la República Argentina se dio un proceso de institucionalización de la agricultura familiar a partir del desarrollo de una serie de políticas públicas que involucraron a las carteras de Economía, Producción y al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
El despliegue territorial y la capilaridad en la instrumentación de los proyectos alcanzados por el Estado nacional fueron paulatinamente abandonados a partir de la presidencia de Mauricio Macri, teniendo como corolario el cierre de oficinas públicas, los despidos y el fuerte recorte presupuestario durante lo que va de la gestión de La Libertad Avanza.
El abandono de las líneas nacionales de acompañamiento a los pequeños productores también impactó en las gestiones locales que se sumaron a los recortes y desguaces de programas para el sector. Ante este escenario de desprotección, es la solidaridad de los trabajadores las que hacen frente a la recesión que golpea a las familias más vulnerables.
“En los arroyos es lo peor, tiran químicos y matan todo, es terrible de ver. Lo que usamos de carnada, todo matan”
Cuenta Edgardo: “en la actualidad somos 12 compañeros, más algunos colaboradores, los que trabajamos en Pal Río, el comedor de la Asociación de Pescadores. Somos parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), gracias a eso nos organizamos y pudimos armar todo esto: la asociación, el comedor y la sala de despinado y procesado. Además de la comida a base de pescado, tenemos la cantina y todos los fines de semana hay peña y recitales. Los jueves proyectamos películas, con entrada gratuita. Así que, durante la temporada, los invitamos a todos a conocer, el predio es grande, hay mucha zona verde, a orillas del río Uruguay, tenemos huerta, camping y estamos armando la cancha de fútbol”.
Sin lugar a duda, Edgardo va remando contra la corriente, no sólo para hacerse de un buen pescado para su familia, es uno de los muchos jóvenes que siguen trabajando en conexión con la tierra, la naturaleza y el río, que no saben de criptomonedas ni esperan un batacazo.
Él sabe leer los remansos del agua y entender los consejos de las aves que le anuncian si la tormenta estará brava. Sólo conoce ganarse el pan con el sudor de su frente, ese sudor que no logra protegerlo de los insectos en el verano ni de las heladas en los crudos inviernos. En muchachos como Edgardo se conserva parte de una cultura e identidad popular herida, como el mismo río. Que su consciencia de clase, su sentido de pertenencia, su solidaridad y lo dicharachero de sus cuentos, sean el antídoto para un tiempo que conspira contra todo lo bello que nos queda.