EL SENTIDO CUMÚN, EN DISPUTA
NO SÓLO DE PAN SE VIVE: ARREBATOS NEOLIBERALES
La licenciada en Letras y profesora de enseñanza media Eliana Crimi analiza la
dialéctica entre el sentido común y la dominación político-ideológica promulgada por el oficialismo nacional. ¿Cómo los discursos y la cooptación del lenguaje por la hegemonía neoliberal nos dejan más ignorantes?
La subsistencia material y su urgencia fueron una constante en la vida humana. Sin embargo, siempre hubo espacio para la salvedad: “No solo de pan vive el hombre”. Esta sentencia de resonancias bíblicas tiene su correlato profano, o al menos laico, que expresa la necesidad de nuestra especie de un consumo no material, uno simbólico, abstracto, vinculado con el goce, con el deleite y el ocio.
En la Argentina de nuestros días, la cultura quiere ser convertida en una prerrogativa de las clases acomodadas, en un lujo que los pobres no podemos permitirnos. El neoliberalismo (o su versión freestyle del “anarcocapitalismo”-sea esto lo que fuere que signifique), pone su énfasis en la eficiencia económica y en una reducción drástica del Estado en detrimento de lo colectivo, de ese espacio que es y que produce comunidad.
Los funcionarios de este gobierno no se ponen colorados al ofender a la inteligencia más modesta con ridículas y falsas antinomias: bravatas efectistas e hipócritas que afirman con impostada indignación que es inapropiado “gastar dinero en cultura” cuando hay compatriotas que pasan necesidades (obvian, claramente, que son ellos y ningún otro quienes nos hunden cada vez más profundo en el terreno de la indigencia).
“Comé porque hay niños en África que no comen” es una idea muy cruel y, sobre todo, muy torpe que sólo sirve para generar en la mente de quien la oye la imagen de que hay alguien, allá del otro lado del Atlántico, que se está muriendo de hambre por su culpa.
Por su culpa.
Por su fiesta.
La fiesta.
¿La fiesta era gozar de los derechos básicos? ¿La fiesta era no arrojar a la desesperación a los jubilados?
EL DESPOJO DE LAS PALABRAS
Esta nueva arremetida del neoliberalismo económico se ensaña por igual con los más jóvenes y con los más adultos. En definitiva, parece que el odio no hace acepción de personas. Bueno, tampoco tanto. Se odia a cualquiera que no sea pasible de la categorización “argentino de bien”, abstracción que reelabora el “gente de bien” o “gente como uno” de la Argentina tilinga de los setenta.
Parece que los argentinos-no-de-bien son aquellos dispuestos a dilapidar los recursos del Estado en escuelas, clubes de barrio, centros culturales, medios comunitarios, universidades, museos, teatros y películas. Desprecian el arte, la creatividad, la expansión de la verdadera libertad que no es otra cosa que la posibilidad de poder desarrollar y compartir, sin temor a represalias, la originalidad del propio sentir y del propio pensar.
El presupuesto en Educación se redujo un 40% este año y representará menos del 1% del PBI en el 2025: números, datos, estadísticas. No nos conmueven, ya no lo logran. Y esta es un poco la clave del éxito de un modelo deshumanizante: la producción masiva de sujetos con falta de imaginación, con representaciones mentales sesgadas por el algoritmo de la fortuna inmediata (sustentada acaso en la miseria de otros), de las que solo nos separa la obstinación de no comprarle el curso de “cómo hacernos millonarios” al gurú adolescente de Instagram.
Esto también es cultura: estas aspiraciones moldean con sus prácticas y sus rituales plutócratas los valores de las clases dominantes. Estos significados en disputa, estos simulacros, estos espejismos le ganan la parada a ideas nobles, pero caídas en la desgracia de la ridiculización, como lo son el sentido de comunidad, la representación de lo colectivo sobre lo individual y la educación sentimental.
Analizar la coyuntura siempre nos permitirá visualizar que todos estos signos no refieren a la realidad, sino que progresivamente la crean. Es posible interrumpir este círculo viciado proponiendo una serie de representaciones que nos inspiran a defender lo conquistado y, sobre todo, nos propulsen a despojar al sentido común de su valor normativo. Tendremos que dar la contienda, si “nos lo dan”, no tendrá valor. Será una operación de arrebato.
Las frutas robadas del jardín del vecino son las más dulces (y si no lo son, al menos nos proveen de historias para contar).