Tu cuerpo en mi cuerpo
me ancla a lo terrenal.
Yo, que me siento casi siempre evaporar
en pensamientos inaprensibles,
me vuelvo carne.
Tu lenguaje se amalgama con mi lenguaje
y, aunque infinitos,
se entrelazan en un léxico delimitado
donde priman las palabras
deseo,
estímulo,
calor.
Somos coautores de un relato
escrito sobre nuestras pieles
desnudas
mientras se rozan
inagotables
de placer.
Nuestra fricción,
génesis de un fuego
que, lejos de apagarse,
se alimenta de la humedad.
Rebosantes de expresiones del habla,
a veces acudimos a un silencio
que no escatima en sonidos.
Se ocupan nuestras bocas en lo que llamaré:
La prosodia del sexo.
No me sorprende.
No sé hablarte en ningún idioma
que no esté colonizado por el deseo de vos.