HIEDRAS Y PARRAS

CUENTO

HIEDRAS Y PARRAS

Claudio Puntel, docente ganador del premio Fray Mocho, género cuento 2023, con “Yuchán florecido”, nos convida de su obra literaria. Disfruten

Texto: Claudio Guido Puntel

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Ilustración: Diego Abu Arab

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La madera se oscureció debido al fuego. Iba a tirarla, como hice con los otros restos, pero me gustaron los detalles del grabado. Es parte del frente de algún mueble, quizás de alguna biblioteca. Supongo que representa un paisaje de caza. En el costado derecho atrae toda la atención la cabeza de un galgo y unas líneas que deben ser briznas de paja. El resto de la escena se habrá perdido en las llamas. Sobre la cabeza del galgo se extienden la guía y las hojas de una enredadera. ¿Será una hiedra? ¿Una vid? 

Los Méndez Vasena vivieron 20 años en esta casa. El día del incendio estaban todos en la quinta. Cuando volvieron, quedaba muy poco de las cortinas, el cielorraso de madera y los muebles del comedor de la parte de adelante. El resto de la vivienda no fue afectado. Los bomberos apagaron rápidamente los focos, abrieron todas las ventanas y el humo se disipó en pocos minutos. Entre dos sacaron el cuerpo de Bruno, el mastín de los Vasena y lo depositaron sobre la vereda, bajo una lona gris. El animal murió asfixiado, lo habían dejado vigilando dentro de la casa. Lo que pudo haber pasado y no pasó fue lo que amargó al viejo Méndez. En pocos días puso en venta la propiedad. 

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El escribano Méndez Vacina, solían llamarlo algunos. Revancha insignificante de clientes que denunciaban haber sido vacunados en trámites notariales mediante un pase mágico del viejo Méndez. El apodo se multiplicaba al mismo ritmo que las propiedades de los Vasena. En la oficina de Catastro quedaba constancia de la habilidad del escribano para cobrar firma y sello en pedazos de tierra. 

¿Dos hermanos se disputaban un terrenito? El conflicto se zanjaba en las oficinas de Méndez Vasena, cada hermano recibía cuarta propiedad y la otra mitad era escriturada a nombre del escribano. ¿Alguien demoraba en pagar su deuda con la escribanía? No pasaría mucho tiempo hasta que una quinta o un terreno en las afueras cambie de propietario. 

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Los motivos vegetales fueron muy comunes en la ornamentación de muebles, rejas y molduras de frentes. Herreros, yesistas y ebanistas estamparon durante años guías de parras, rizomas de potus y largas varas de olivo o laurel en sus obras. El furor del Art Noveau en los años 20 del siglo pasado dejó sus huellas en lugares impensados. Marcos de espejos, dinteles, balcones, porcelanas y lozas de baños, donde hubiera un lugar para estampar unas volutas crecería todo un jardín botánico. 

Las curvas leves que imitan a la naturaleza rompieron con los ángulos, cuadrados y líneas rectas de la arquitectura antigua y de la estética del siglo anterior. 

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El escribano no demoró nada en mandar a limpiar el tizne de pisos y paredes. El incendio ocurrió un domingo y el martes estacionó el camión de mudanzas para retirar los muebles y ropas que se rescataron.

La familia no volvió a dormir en esa casa. La vivienda de los Méndez Vasena no era gran cosa. Se instalaron en esa casa cuando el hijo mayor tenía cuatro años. Viviana llegó mucho después, cuando el varón empezaba la primaria. No heredaron la voracidad del padre, se hicieron notar como buenos chicos. Hubo alivio entre vecinos cuando comprobaron que ni Viviana ni su sobrinita estaban allí en el momento del incendio. Pocos lamentaron el destino de Bruno, a nadie le caía simpático aquella bestia malcriada que destrozaba jardines ajenos y pulverizó las vértebras de cuanto gato cruzara por su terreno. 

La puesta en venta de la casa de frente recto, puertas y ventanas a la vereda, se difundió en avisos clasificados, en redes y mediante un cartel con letras rojas de la Inmobiliaria y Escribanía Méndez Vasena. 

La tabla ennegrecida se volvió más sólida. Es un trozo de unos cincuenta centímetros, con bordes carcomidos. No logro darme cuenta de qué árbol proviene, tiene un aroma delicado a canela. Puede ser, fue una madera muy apreciada para la confección de muebles. 

La fijé en el primer estante de la mesa de la computadora, bien encima del monitor. Cuando trabajo suelo distraerme mirando el hocico del galgo, trato de adivinar de qué animal es el rastro que estaría olfateando. El fragmento de madera no debe representar ni el diez por ciento de la escena. Imagino caballos y jinetes al galope en persecución de un zorro ladino y asustado. La visión de una imagen así se da de patadas con la guía vegetal que se retuerce y avanza hacia la izquierda donde la espera otra rama, parecida pero en espejo, incompleta por el hambre de las llamas. 

La guía enredada en sí misma, me da la idea de un curso espiralado. De algo que en la siguiente vuelta surge con más fuerza y más violencia. Cuando hago el ejercicio de imaginar el faltante en el grabado, pienso en uvas que se desprenden de la rama y caen en una copa romana cargada de un vino negro. No sé si desde un punto de vista estético podría combinar con la escena de la cacería, pero al menos compensa con un poco de vida aquella imagen de tanto sadismo, de aniquilamiento. 

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Nadie tuvo interés en comprar la casa. El tiempo convenció a Vasena que debía bajar el precio. 

Alguien escuchó ladrar a Bruno en el interior de la casa abandonada. El rumor prendió y corrió por todo el pueblo. La fama de casa embrujada se instaló y obligó a una nueva devaluación. A nadie le interesaba comprarla, sólo el gusto por un mínimo desquite hacía difundir el chisme.

El escribano se desvivía ofreciendo la propiedad en otras inmobiliarias, inclusive de otras ciudades. Por si no faltaban incordios, un día amanecía astillado un vidrio de una ventana, otro día le robaban el picaporte de la puerta del frente. Además, cada semana debía mandar a hacer limpieza y ventilación de las habitaciones. La demora en el negocio exigía más gastos y pérdida de dinero. 

No me gustaba mucho la casa, pero era más grande que la que ocupábamos. Varias veces se me cruzó la idea de vender mi vivienda y con un préstamo o algún esfuerzo extra alcanzar una suma que me permita llegar con una propuesta seria a la escribanía de Vasena. No me desvivía pero la idea no dejaba de rondar mis pensamientos. 

Vivíamos a dos cuadras de la casa quemada. El domingo del incendio fui testigo de las columnas negras que subían al cielo. No era quema de basurales, sino un humo más espeso y denso. No había viento, lo que hacía que se irguiera recto y vertical. Tras cartón, se escuchó en la avenida la sirena de los bomberos. Era una tarde de mucho calor y sin pájaros. Tuvieron suerte los viejos Vasena, alguien olvidó lo antipáticos que eran y dio la alarma. Yo no lo hubiera hecho. 

“Méndez Vasena”, me corrigió cuando lo llamé “don Vasena”. Ni sé si un escribano es abogado, sino capaz que le decía “doctor Vasena”. Si se ofendió no fue mi intención. Hablamos de costos, de cuotas, de intereses. Le comenté que me preocupaba que el calor haya afectado a las estructuras de la casa y me miró con ojos de asustado. No le gustaba que trascendiera esa idea. Fue un invento mío para aflojarlo un poco. No lo había repetido en ningún otro lugar. Pero parece que trascendió. 

Un día llegaron peritos de Defensa Civil para evaluar si había peligro de que la casa se derrumbe. Dijeron que chequearon en varios puntos de la construcción, que descubrieron el revoque de dos o tres vigas, que la casa parecía mantenerse sólida pero no contaban con medios suficientes como para hacer un diagnóstico justo. Fue peor, la gente se cruzaba a la vereda de enfrente para que no se le caiga encima un trozo de mampostería. 

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Para mí, las hojas de la enredadera de la izquierda se acercaron mucho a las hojas de la otra. No sé en qué momento se habrán crecido, pero algo las mueve. ¿O será idea mía nomás? Hace dos años que nos mudamos a la casa de los Méndez Vasena. Instalé mi biblioteca en el mismo lugar donde sospecho que estaba la suya. Me intriga saber qué libros guardaba en ese mueble aquél viejo amargo. Supongo que serían compendios de cuestiones jurídicas, actualizaciones de leyes y esa literatura técnica que suelen consultar los leguleyos. 

La casa resultó ser fuerte. No nos exigió ninguna reparación.  Tenemos dos perros un poco más chicos que Bruno, pero mucho más simpáticos. En el grabado, las matas de pasto se muestran arqueadas al viento. Ojalá el zorrito haya logrado escaparse.